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Marchar en silencio

Las manifestaciones deberían servir también para poner en su sitio a quienes promueven polarización.

Melba Escobar
Es noviembre de 2019, y esto es lo que está sucediendo: el desempleo, en 10 por ciento, un gobierno impopular; los acuerdos de paz, en el limbo, cerca de 250 líderes sociales asesinados en lo que va de este mandato y un presidente que no solo no se pronuncia sobre los hechos que llevaron a la salida del ministro de Defensa, sino que, además, responde a la pregunta de un reportero sobre la bomba en la que murieron ocho menores inocentes: “¿De qué me hablas, viejo?”.
En medio de un panorama desolador, la luz al final del túnel es el inminente fin del uribismo. ¿Hacia dónde nos llevará esta transformación? ¿Podemos imaginar un país capaz de unirse? Es claro que la democracia la hacemos todos. Ese fue el mensaje de las elecciones regionales, en las que el Centro Democrático, en primer lugar, y la Colombia Humana, en segundo, fueron los grandes perdedores. El mensaje sonó claro: romper la tradición de vivir la política dividida en dos modelos, dos fundadores de la patria, como ya lo era en tiempos de Bolívar y Santander.
Sin embargo, hay quienes le siguen jugando al extremismo. Veo los mensajes que circulan por las redes sociales sobre las movilizaciones del 21 de noviembre, y quedan en evidencia las intenciones de los que buscan que esa sea una jornada de intimidación y violencia. La manera de evitarlo es salir a marchar en paz. Marchar en silencio, que es más elocuente que cualquier consigna. Marchar contra un gobierno indolente y sin norte que ha resucitado las épocas más oscuras del uribismo con el asesinato de 5.000 ‘falsos positivos’.
Cada uno tendrá sus razones a la hora de salir a la calle. Yo lo haré como protesta por las muertes ordenadas y ejecutadas por miembros del Ejército. Marcharé, como lo haremos miles, como un tributo a las víctimas. A los inocentes asesinados para hacerlos pasar por guerrilleros, a Dimar Torres, así como a los menores Ángela Gaitán, José Rojas, Sandra Vargas, Diana Medina, John Pinzón, Wílmer Castro y Aibimiller Morales.
Las manifestaciones del jueves de la semana que viene, además de exigirle al Gobierno, deberían servir también para poner en su sitio a quienes promueven la polarización y el odio. Entre los líderes políticos de oposición, Gustavo Petro brilla por su megalómana necedad de negar las derrotas, acusar a otros de sus fracasos y centrarse más en sí mismo que en las necesidades de los ciudadanos, todo esto mientras siembra la discordia. Espero que quienes representan las esperanzas de cambio democrático, como Claudia López en Bogotá o Daniel Quintero en Medellín, entiendan que deben asistir a la cita como alternativas de centro, abiertas e incluyentes, en ciudades que son ejemplo para todo el país.
En cuanto a la Casa de Nariño, lo peor que puede hacer es caer en el facilismo de decir que aquí hay una conspiración, o que no está pasando nada. Es evidente que el Gobierno ha cometido errores garrafales y que, por otro lado, le han faltado dirección y agenda clara. Negarse a la evidencia puede conducirnos a una realidad parecida a la de Chile, en donde Sebastián Piñera está pagando el precio de no haber sabido atender el llamado de la gente.
Tal vez este duro momento que vive el país sea la enfermedad que, a mediano plazo, traerá el remedio. La purga definitiva de una corriente política que lleva 16 años instalada en el poder. Juan Manuel Santos nos permitió imaginar otro futuro posible con la firma de los acuerdos de paz, pero aún estamos en mora de materializar lo que de momento parece solo un espejismo.
Ojalá el próximo 21 de noviembre salgamos todos en silencio y de manera pacífica, como ciudadanos que luchan por sus derechos desde la resiliencia, la dignidad y el respeto. Que nuestra protesta sea la exigencia a un gobierno hasta ahora fallido. Nunca un grito de guerra.
MELBA ESCOBAR
Melba Escobar
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