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Desgarradura

Legalizar el aborto es uno de los tantos pasos pendientes para tener una sociedad más igualitaria.

Melba Escobar
Como madre que eligió serlo, digo por experiencia que la maternidad tiene mucho de luz y de sombra. Ser madre es bello y es duro. Es intenso y revelador. Es doloroso, solitario, extenuante. Despierta la compasión y la paciencia, pero también despierta los monstruos más profundos que teníamos ocultos.
Y es porque asumo mi papel con seriedad, porque entiendo cuánto hay de mi madre en mí, cuánto hay de mi hija en mí, cuánto nos repetimos, nos espantamos con esa repetición, unas veces, y nos consolamos en ella, otras, por lo que defiendo el aborto. Porque la vida no es poca cosa. Es un hecho en el que los adultos tenemos una participación que ha de ser activa y responsable o no ser.
Se empieza la vida con el bagaje de ser un hijo deseado o el de no serlo. Y ya en este relato fundacional, ya en esta primera pulsión, viene inscrita una huella. No estoy diciendo que estemos predeterminados. Estoy diciendo que la vida no puede gestarse en contra de la vida misma. La fuerza destructora es lo contrario a la vida. ¿Pero y si esa fuerza destructora se opone a la voluntad de una madre? ¿Está entonces esa fuerza a favor de la vida o de la muerte? ¿No es un acto aniquilador el que ignora la voluntad de una mujer sobre su cuerpo y sobre su propia vida?
¿Está una madre, sometida a serlo, en condiciones de cuidar de un hijo? ¿Traer a un hijo al mundo a cualquier precio es un acto de amor? ¿Defender una vida, aun cuando no se podrá garantizar que germine en un entorno de cuidado y protección, es un acto de amor? ¿Defender la existencia, sin importar las condiciones de esta, es una defensa de la vida en garantía de los derechos fundamentales del ser humano?
Desde este claro del bosque, puedo ver la maldad disfrazada de buenas intenciones de quienes le niegan a una mujer el derecho a decidir sobre su cuerpo y sobre su vida. Desde este claro del bosque donde la maternidad, a pesar de haber sido elegida libremente, significa tantas veces renuncia y tantas veces quebranto, no puedo concebir el acto de violencia de quienes haciéndose llamar provida, buscan someter a las mujeres a normas que limitan sus libertades individuales y, de paso, ponen en peligro su salud forzándola a una maternidad no deseada. La mal llamada cruzada de los “provida” viola el libre albedrío de las mujeres, así como su derecho a decidir.
Hace 45 años, en 1976, la revista semanal del diario ‘El País’ de España hacía un llamado a la urgencia de garantizar el aborto como un derecho fundamental. Hoy, casi medio siglo más tarde, repite la misma cubierta. De igual manera, en la película ‘Una canta, la otra no’, de Agnès Varda, también de 1976, las estudiantes de entonces aparecen gritando con pancartas y carteles el estribillo que sigue siendo el mismo de hoy: “mi cuerpo me pertenece”, corean las jóvenes francesas de entonces, como coreamos hoy tantas.
Si bien en los últimos 25 años, 47 países han modificado sus leyes para posibilitar un mayor acceso al aborto, en 2021 el peso del estigma aún se paga con discriminación, cárcel y hasta con la muerte. En Colombia, las mujeres que tenemos los medios para costear un aborto seguro no somos las que nos vemos en peligro si queremos interrumpir un embarazo no deseado. Quienes son castigadas son las que no tienen cómo pagarlo, las que viven en zonas rurales, las que han sido sometidas a la violencia patriarcal una y otra vez, hasta volver a ser revictimizadas por un Estado que vuelve a negarles sus derechos al sancionar las decisiones que toman sobre su propio cuerpo.
Legalizar el aborto es uno de los tantos pasos pendientes para garantizar una sociedad más igualitaria. Esperamos que en las próximas semanas la Corte Constitucional tome partido a favor de las mujeres.
MELBA ESCOBAR
En Twitter: @melbaes
(Lea todas las columnas de Melba Escobar en EL TIEMPO, aquí).
Melba Escobar
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