Aún no he definido cómo votar en el plebiscito. Sería una ligereza tener ya una decisión: los acuerdos entre el Gobierno y las Farc –justamente sobre lo que debemos votar– aún no han sido terminados, ni mucho menos firmados. Y como bien han advertido los negociadores, nada está acordado hasta que todo esté acordado. “Hay algunos pendientes complicados sobre los que aún no nos ponemos de acuerdo”, me dijo esta semana una fuente del equipo negociador del Gobierno.
Además, no hay fecha para el plebiscito y ni siquiera es un hecho que el presidente Juan Manuel Santos pueda convocarlo para este año. Si la firma definitiva se diera, por ejemplo, a mediados de septiembre, harían falta un par de semanas para que el Congreso emitiera su concepto, requisito previo al decreto de convocatoria, según definió la Corte Constitucional. Surtido ese paso, el Presidente dictaría el decreto a fines de septiembre. Y como el Registrador ha dicho que la organización electoral necesita 60 días hábiles para prepararse, nos meteríamos en diciembre, con mucha gente de vacaciones. Pero aun si pudiese ser este año, coincidiría con el debate de reforma tributaria, con alza del IVA incluida...
La encuesta más reciente –y de lejos la más completa, pues no se limita a las grandes ciudades sino que cubre 58 municipios– la divulgó Gallup esta semana. El 35,1 % (cerca de 10 millones de votantes) participaría en el plebiscito. De ellos, 67,5 % votaría Sí, contra 32,5% que votaría No. De ese modo, el Sí superaría los 6 millones de votos, bastante por encima del umbral de 4,5 millones (13 % del censo electoral) que exige la norma.
El expresidente Álvaro Uribe lidera la campaña por el No. En la misma encuesta, es el personaje mejor valorado, con 60 % de imagen favorable, mientras el presidente Santos, que lidera la campaña por el Sí –la que va ganando–, apenas consigue un lánguido 30,7 % de aprobación a su gestión. Hay que distinguir: imagen y gestión son medidos entre todos los encuestados, mientras que la intención de voto por el Sí o por el No es medida solo entre los decididos a votar (un tercio del total de encuestados). Pero en todo caso suena contradictorio.
¿A qué se debe? Al jugarse por el No, Uribe polarizó la campaña y mucho indiferente que tendía a abstenerse reaccionó ante la perspectiva de que un triunfo del No mandara a la basura cuatro años de negociaciones en La Habana, sin certeza sobre lo que viene. Esa gente se está decantando por el Sí. Advertí hace poco en esta columna que eso podía ocurrir. Pero hay más: aunque la encuesta revela una gran oposición a algunos de los puntos claves del acuerdo (77 % en contra de que los exguerrilleros puedan participar en política sin pagar cárcel primero), dos de cada tres votantes pasan por encima de ese rechazo y votan Sí.
¿Se trata de un error en el sondeo? No. Gallup es la encuestadora con más experiencia y tradición, y sus aciertos al vaticinar resultados se suman por montones durante más de 30 años. ¿Los encuestados están locos? Tampoco. Lo que ocurre es que el electorado tiene comportamientos complejos que, hasta ahora, los promotores del No han sido incapaces de interpretar.
La respuesta de Uribe y sus aliados cuando les preguntan qué pasaría si gana el No es floja: dicen que habría que volver a la mesa de negociaciones y replantear los acuerdos. Y con toda la razón, la perspectiva de que siga abierta la mesa de La Habana, que ya lleva cuatro largos años, aterra a muchos votantes. El No ofrece incertidumbre; el Sí, una certeza, por muchos sapos que contenga. El Sí ofrece cerrar esta etapa, y eso atrae a muchos electores. Claro que esta campaña apenas comienza y, sin acuerdos definitivos ni fecha de votación, pueden faltar capítulos en esta historia.
MAURICIO VARGASmvargaslina@hotmail.com