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La guerra por las vacunas

Las farmacéuticas no logran producir suficiente: cumplirle a un país significa incumplirle a otro.

Por estos días, la inmensa mayoría de los países del mundo viven el drama del lento avance de la vacunación contra el covid-19. Salvo Israel, donde 54 % de la gente ya recibió ambas dosis, o los Emiratos Árabes, donde 44 % cuenta ya con la doble inyección, están Chile (20 % con dos dosis) y Estados Unidos (17 % con doble inyección). El resto de las naciones van mucho más atrás, incluida Colombia (5 % con primera dosis y menos del 1 % con la segunda). Y eso que, en marzo, estuvo entre los cuatro países que más vacunaron en Latinoamérica.
En Europa, la situación es terrible: mientras la tercera ola de la pandemia copa los hospitales y obliga a nuevas cuarentenas, la escasez de dosis se refleja en que países como Francia y Alemania apenas pasan del 5 % de población vacunada con dos dosis, muy lejos de la meta que tenían. El balance planetario no es alentador: menos del 5 % de los habitantes del mundo han recibido la primera dosis y hay medio centenar de países donde ni siquiera han empezado a vacunar.
En esto no hay sorpresa. Desde cuando la opinión mundial se maravilló porque las farmacéuticas hubiesen desarrollado vacunas fiables en apenas unos meses, cuando antes esos procesos tardaban varios años, estaba cantado que el gran desafío sería la masiva producción necesaria para frenar la pandemia. A todos los laboratorios les ha quedado grande, e incluso los que creían ir adelante, como Pfizer o AstraZeneca, han incumplido con decenas de gobiernos en las fechas pactadas para la entrega.
La vacuna de Janssen (filial de Johnson & Johnson), que tiene la inmensa ventaja de ser de una sola dosis, está especialmente demorada y apenas ha sido aplicada en Estados Unidos en bajas cantidades. Para colmo de males, una fábrica en Baltimore, contratada para producir decenas de millones de dosis de Janssen, mezcló ingredientes de dicha vacuna con otros destinados a fabricar unidades para AstraZeneca, con lo cual Janssen tuvo que botar a la basura 15 millones de dosis y anunciar que sus entregas se van a retardar aún más.
Tras los primeros retrasos de las farmacéuticas occidentales, Colombia corrió a cerrar compras de la vacuna china Sinovac, de las que ya ha recibido 2,5 millones de dosis. El país pudo así mejorar su ritmo de inoculación y ponerse por encima de las 100.000 aplicaciones diarias, con días como el martes pasado de casi 160.000.
Para seguir acelerando, es clave que tanto Sinovac como los demás fabricantes cumplan los acuerdos firmados con Colombia, que, para abril, implican 5 millones de dosis procedentes de China y 3 millones de los laboratorios occidentales. El problema es que China inició su propia campaña de vacunación masiva, y su gobierno puso como meta aplicar 400 millones de dosis en tres meses, lo que pone en riesgo las ventas al exterior.
El asunto es muy dramático, pues el caso de Chile –sometido una nueva cuarentena– demuestra que haber vacunado con doble dosis al 20 % de la gente, no basta para frenar la pandemia. Israel necesitó pasar del 30 % para que su curva de casos activos comenzara a caer, y más del 50 % para que cayera de manera contundente, de más de 10.000 contagios diarios a mediados de enero a menos de 200 esta semana.
Es una guerra inclemente: como decenas de países están en las mismas y las farmacéuticas no han logrado multiplicar su producción lo suficiente, cumplirle a un país significa incumplirle a otro. Colombia cuenta con la ventaja de haber demostrado que es buena para pagar y de haberlo hecho sin tardanza. Pero, aun así, vienen días dramáticos en los que la campaña de vacunación dependerá de los envíos de Pfizer, AstraZeneca y Janssen, y de Sinovac desde China. Todo ello mientras la tercera ola de la pandemia golpea muy fuerte a las principales ciudades.
MAURICIO VARGAS
mvargaslina@hotmail.com
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