Estamos a año y medio de las elecciones presidenciales, y en pocos meses sonará la largada de la carrera por la Casa de Nariño. Muchas cosas están cambiando en la política, como lo demostró en Colombia el triunfo del No, en Estados Unidos el de Donald Trump y, en Europa, el ‘brexit’ y el avance electoral de los movimientos populistas radicales, unos de izquierda y otros de derecha.
Las democracias occidentales son sacudidas hoy por un terremoto derivado de la rebelión de los votantes contra los partidos tradicionales y los candidatos del establecimiento. El partido de la rabia gana elecciones aquí y allá, y Colombia no es ajena a ese fenómeno. La pregunta es quién entre los presidenciables puede encarnar ese deseo, por momentos furioso, de millones de electores hartos con el estado de cosas, por la corrupción y la ‘mermelada’, por el desempleo, la inseguridad, la crisis de la salud, la inoperancia de la justicia y la desigualdad.
Aunque falta mucho para que las encuestas –que tan duros golpes han recibido con este sacudón de los votantes– puedan predecir un resultado, desde ya indican la predilección por algunos nombres. El vicepresidente Germán Vargas, el exalcalde de Bogotá Gustavo Petro, el exalcalde de Medellín Sergio Fajardo y el jefe negociador del Gobierno en la mesa de La Habana, Humberto de la Calle, aparecen en el lote delantero.
No muy lejos hay un grupo de conservadores y/o uribistas, alguno de los cuales cobrará fuerza y tendrá que ser tenido en cuenta más adelante. En ese paquete figuran Marta Lucía Ramírez, el exprocurador Alejandro Ordóñez y la estrella en ascenso del uribismo, el joven y brillante senador Iván Duque. Y falta ver a quién apoyan las Farc y si ‘la U’ tiene la fuerza para impulsar un nombre como el de Juan Carlos Pinzón.
Vargas luce atrapado en la ambigüedad de seguir en el Gobierno a pesar de sus diferencias profundas en temas como el capítulo de justicia del acuerdo con las Farc y la tributaria. Aunque ha tardado más de la cuenta en abandonar su cargo, cuando lo haga ocupará un amplio espacio entre el centro y la derecha del espectro político, con el activo nada deleznable de su demostrada capacidad de ejecución de obras. Para ser el candidato de la rabia, tiene la rabia –su conocido mal genio–, pero tendrá que hacer mucho más para ubicarse como un rebelde contra el establecimiento y los partidos.
A pesar de haber salido muy golpeado hace un año de la alcaldía de la capital, donde realizó una muy discutida gestión, Gustavo Petro es un referente para la izquierda y cuenta con una cauda de simpatizantes que bien puede crecer si las decisiones judiciales siguen tratando de inhabilitarlo para el 2018, pues convertirse en víctima del sistema es una gran forma de adueñarse del partido de la rabia.
Fajardo puede jugar fuerte, pero necesita empezar a decir algo, cualquier cosa, sobre tantos temas –paz, tributaria, empleo, seguridad– frente a los cuales no se le conoce postura. De la Calle tiene prestigio incluso entre opositores al acuerdo con las Farc, por su verbo juicioso y porque no se dejó tentar por el lenguaje agresivo de la polarización. Pero justamente ese equilibrio, y su identificación con un presidente tan impopular como Juan Manuel Santos, puede dificultarle encarnar al partido de la rabia.
Y repito, a este abanico hay que sumar a alguno del paquete de conservadores y/o uribistas. Álvaro Uribe es un líder muy influyente, como lo demostró con Óscar Iván Zuluaga, quien casi no existía al inicio de la campaña del 2014 y peleó la presidencia hasta el último día, y como lo volvió a demostrar en el plebiscito. Y, claro está, falta que las Farc jueguen sus cartas para ver si el odio que la gente les tenía con armas disminuye cuando dejen los fierros.
MAURICIO VARGASmvargaslina@hotmail.com