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Una nueva generación

Colombia debe prepararse desde ya. Producir más alimentos debe ser sin duda la prioridad.

Así como los millennials ahora le dan paso a la generación Z, cuyos gustos y actitudes marcan las tendencias, el mundo también parece abrirle el paso a una nueva generación de crisis. Las nuevas crisis son tan globales, ubicuas y disruptivas como la propia generación Z. Este fue el tema del que hablé esta semana en la reunión del Foro Económico Mundial, que terminó ayer en Davos (Suiza).
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Se pensaba que la primera reunión presencial del Foro en más de dos años estaría marcada por el optimismo, algo natural después de la pandemia. Pero ocurrió todo lo contrario: después de un evento de cola –como llaman los estadísticos a lo que ocurre con baja probabilidad– parece que vendrá uno más en la forma de una crisis en la oferta mundial de alimentos. Lo interesante es que esta es la primera vez que este tipo de eventos afectan a toda la humanidad al mismo tiempo, además de ocurrir uno detrás de otro.
La crisis alimentaria tiene dos causas. La primera es la invasión de Rusia a Ucrania, dos países que representan una cuarta parte de las exportaciones mundiales de trigo y otro tanto de las de maíz. Si se incluye a Bielorrusia –un satélite de Moscú afectado por las mismas sanciones– los números son aún más altos, especialmente en el sector de los fertilizantes. Y no hay que olvidar que lo primero que hicieron las fuerzas rusas fue bloquear a Odesa, el puerto sobre el mar Negro por donde se exporta el grueso de la producción de Ucrania.
La segunda causa de la crisis alimentaria es el cambio climático. Con más áreas afectadas por sequías y menor productividad por la falta de agroquímicos, no es posible esperar algo distinto a la reducción en la oferta mundial de alimentos. Esto quiere decir que, contra lo que sostienen los bancos centrales, la inflación que estamos observando no es un fenómeno transitorio.

Esta es la primera vez que este tipo de eventos afectan a toda la humanidad al mismo tiempo, además de ocurrir uno detrás de otro.

Obviamente todo puede mejorar si termina la guerra en Ucrania. Pero esto no va a pasar. Por el contrario, las tensiones se escalarán y se prolongarán. Ninguna de las partes va a ceder ni está en ánimo de negociación. Ucrania está unida. Dado el respaldo que ha recibido de Occidente, considera que la única solución posible es que Putin recule y regrese las zonas ocupadas, incluyendo la península de Crimea. Rusia, por su parte, no ha sentido el impacto de las sanciones económicas. La producción de petróleo se ha mantenido relativamente estable, al igual que el nivel de vida.
Por eso, Ucrania ha pedido que se intensifiquen las sanciones, con un bloqueo completo a las compras de productos energéticos rusos, algo que la Unión Europea no ha querido hacer, por lo menos hasta ahora. En estas condiciones, nadie puede sorprenderse con la posibilidad de una guerra larga.
La nueva generación de crisis, pandemias (que pueden volver a golpear en cualquier momento), hambrunas y los eventos climáticos extremos, ya no puede ser manejada por los bancos centrales y los ministerios de Hacienda, como ocurrió en 2008-2009 con la crisis financiera global. A diferencia de lo que ocurría en el pasado, estas crisis afectan a todos los países, requieren soluciones coordinadas y, sobre todo, cuestan mucho. Más aún, su solución requiere una acción multilateral para proveer bienes públicos globales –ya sea vacunas, tratamientos, sistemas para evitar que un brote se convierta una pandemia, o mecanismos efectivos para asegurar la reducción de emisiones de gases de efecto invernadero–. El mundo no está diseñado para ello.
Colombia debe prepararse desde ya para enfrentar estos escenarios. Producir más alimentos debe ser sin duda la prioridad. Para ello se requiere desarrollar toda la cadena de valor, incluyendo la producción local de fertilizantes, que hoy es prácticamente inexistente. También debe lograr acceso a la tecnológica y el conocimiento para producir las vacunas mRNA que nos ayuden a enfrentar nuevos patógenos, siguiendo el ejemplo de Sudáfrica.
La conclusión es que después de las elecciones –en las que parecería que vivimos en una burbuja con otras preocupaciones muy distantes de lo que ocurre en el mundo– debemos poner los pies sobre la tierra y construir oportunidades a partir de esta nueva generación de crisis.
MAURICIO CÁRDENAS
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