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El día después de la pandemia

Como los extremos no funcionan, debemos vivir en una zona gris, la menos mala de las alternativas.

Siempre se ha dicho que todo llega tarde a Latinoamérica, pero que cuando llega lo hace con mucha fuerza. Así ha sucedido con los cambios culturales, las tendencias políticas e, incluso, con las crisis económicas. Esto parece estar pasando con el covid-19. Tras su paso por China, Europa y Estados Unidos, ahora parece haber puesto la mira en los países al sur del río Grande. El problema, como lo tituló 'The New York Times' esta semana, es que nuestras opciones son peores.
Una opción es mantener un estricto aislamiento hasta que no haya casos. La realidad, sin embargo, es que ninguno de los países de la región cuenta con los recursos para sostener una cuarentena generalizada por mucho tiempo. De hecho, muy pocos países en el mundo pueden darse el lujo de pagar nóminas y subsidios por cuenta del erario por un tiempo indeterminado.
Abrir por completo tampoco es una opción. Con la limitada capacidad hospitalaria y el alto porcentaje de la población que es susceptible de contraer el virus, muy rápidamente tendríamos una explosión del número de casos. Ayer, después de un cierto relajamiento y un excesivo optimismo de las autoridades, Santiago de Chile tuvo que dar reversa. Según lo reportó el diario 'La Tercera', el miércoles pasado solo quedaban 30 respiradores disponibles y el 90 por ciento de las UCI estaban ocupadas. En São Paulo, que tiene la mejor infraestructura hospitalaria de Latinoamérica, el 85 por ciento de las UCI estuvieron ocupadas esta semana.
Como ninguno de los dos extremos funciona, estamos obligados a vivir en una zona gris que es la menos mala de las alternativas, que son todas pésimas. Sin embargo, es la que más información y buen criterio requiere a la hora de tomar decisiones y, por lo tanto, la más exigente para los gobernantes.
En este escenario intermedio hay que aumentar las pruebas, contar con sistemas de trazabilidad a las personas contagiadas y aislar a la población vulnerable. Dado el hacinamiento en nuestras ciudades, es muy difícil separar a los adultos mayores del resto de sus familias. Pero hay que hacer un esfuerzo si queremos que los demás miembros del hogar salgan a trabajar o estudiar.
Los criterios de salida deben replantearse. Más que pensar en “sectores” se debe pensar en ciudades, zonas y ocupaciones. Las ciudades en las que la pandemia esté relativamente controlada, como Medellín, podrían volver a cierta normalidad, pero con mínima –por no decir nula– conexión con el resto del mundo. Es decir, habrá que acostumbrarse a vivir en una especie de ‘isla’. En una ciudad como Bogotá y en otras del país, donde la reproducción de la pandemia no está controlada, la salida debe ser ordenada y gradual, empezando por oficios en los que los operarios puedan trabajar en condiciones de distanciamiento, en varios turnos y con baja intensidad en el uso del transporte público. La apertura será paso a paso –con cuentagotas si se quiere–, pues cada decisión habrá que monitorearla hasta tener la tranquilidad para dar el paso siguiente.
En estos momentos no se puede hablar del día después de la pandemia. Al mismo tiempo vamos a tener personas que no pueden salir de sus casas, empresas operando a media marcha, ingresos reducidos y consumidores temerosos y desalentados. Todos van a requerir apoyo del Gobierno, y no por poco tiempo. También será una época de bajo contacto con el exterior. Tendremos que ser más autosuficientes, en una especie de regreso al pasado.
Me preocupa particularmente el grupo de quienes trabajan por cuenta propia en oficios de mayor contacto y riesgo. No tienen un salario, y si bien antes de la pandemia no estaban en la pobreza, en poco tiempo pueden quedar en esa condición. Tampoco tienen empresas que puedan recibir créditos. Un buen ejemplo son las 400.000 personas que trabajan en peluquería y tratamientos de belleza, la mayoría mujeres sin un local fijo, o los 278.000 cocineros y meseros que no tienen un salario. Si no hay un programa para ayudarles, saldrán a trabajar pese a lo que digan las autoridades, y ahí, por causa de las fuerzas del mercado, pasaríamos de la zona gris a la zona negra.
Mauricio Cárdenas
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