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Una tendencia que crece

El talento artístico y la inteligencia artificial se unen gracias a una cadena de instrucciones.

mARTHA sENN
Cuando en vez de una obra de arte de cualquier manifestación estética, lo que se crea es un proceso artístico que va cambiando en el tiempo, para seguir inventándose a sí mismo, con autonomía de colores, sonidos, imágenes y formas que no se repiten, estamos frente al llamado arte generativo.
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Un arte que evoluciona, en el que el artista no hace el trabajo de construcción de su obra, sino que le deja a un sistema digital autónomo ir seleccionando y modificando una idea inicial, hasta llegar o no a un producto final en el que el autor puede o no convertirse en un agente selectivo.
El talento artístico y la inteligencia artificial se unen gracias a una cadena de instrucciones y reglas precisas, propias de la era digital, denominadas genéricamente algoritmos, que son instrumentos con los que un humano y una máquina pueden crear arte de esta naturaleza tan dinámica.
De esta invención que conecta los lenguajes universales del arte, la matemática y la música, con la tecnología de códigos libres del computador, resultan verdaderos trabajos artísticos que producen efectos fascinantes, perturbadores y algo hipnóticos en quien los observa y que, como toda obra de arte, pueden adquirir valor comercial considerable.

Potentes exhibiciones de artistas del mundo entero se muestran continuamente en pabellones tan reconocidos como la Bienal de Arte de Venecia.

Cada propuesta artística generativa se identifica con un NFT, non fungible token, un código de seguridad que se archiva digitalmente y se conserva dentro de un blockchain, una base de datos que almacena información imposible de ser manipulada. Así, con la seguridad legal debida, se garantizan los derechos del autor, los del propietario, y las posibles negociaciones.
Esta tendencia estética se afirma cada vez más. Potentes exhibiciones de artistas del mundo entero se muestran continuamente en pabellones tan reconocidos como la Bienal de Arte de Venecia.
Para coleccionistas y curiosos, en Marfa, una pequeña población tejana llena de contrastes arquitectónicos, localizada a 7 horas de Austin, hay galerías de arte digital como Art Blocks, que ofrecen obras generativas. El estadounidense Jeff Davis, por ejemplo, está a la vanguardia en este tipo de genuino arte programable. El elemento sorpresa comanda las adquisiciones ya que ni el artista mismo ni el comprador, conocen lo que gota a gota se irá derivando en la pantalla digital.
Inclusive en las escuelas se hacen talleres para que los niños crezcan cercanos a esta particular forma del arte contemporáneo.
La inspiración se siente en el ambiente que se respira en esta parte de Texas, el entorno de sus colinas ondulantes, el desierto de Chihuahua, y las esculturas del genial Donald Judd, que dejó su legado tanto en los más reconocidos museos del mundo como en los 50.000 pies cuadrados que adquirió dentro del pueblo, como un espacio de vivienda, trabajo y exposición de sus propias obras y las de sus colegas favoritos.
Para Judd, “arte, arquitectura y paisaje están inextricablemente enlazados”. Sus 15 esculturas de concreto a gran escala y más de 100 trabajos en aluminio se muestran en Chinati, nombre de su museo de arte contemporáneo “por y para los artistas”. Asombran las galerías de sus admirados John Wesley, que limitó sus paletas a los colores pastel azul y rosado, y Dan Flavin, cuyas enormes instalaciones de luz fluorescente se exhiben en 12 corredores, y han tenido el tiempo para desarrollarse progresivamente.
Con sus propuestas creativas, estos, entre otros grandes del arte contemporáneo, han dejado cimientos para llegar, con los instrumentos digitales de nuestros días, al llamado arte generativo, que tanto atrae al público y los coleccionistas de hoy.
Si alguna vez visitan Texas, vayan a Marfa. Hay algo mágico en ese lugar.
MARTHA SENN
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