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Ópera en el Teatro Mayor de Bogotá

Quien no se haya acercado al delirio supremo de escuchar ópera, que lo haga con el aria de Lauretta.

Martha Senn
Cuando un artista genial se inspira en otro del mismo talante, nacen obras inmortales. Es el caso de El tríptico, una colección de tres óperas en un acto cada una, del italiano Giacomo Puccini, que, inspirado en la Divina comedia, de Dante Alighieri, compuso una representación trágica y verista del infierno, con Il tabarro; una elegía lírica al purgatorio, con Suor Angelica, y la riqueza del paraíso al lado del ingenioso Gianni Schicchi.
Esta última fue presentada hace poco, desde el escenario del Teatro Mayor de Bogotá, en coproducción con la Ópera de Colombia. Se propuso sin funciones en vivo por los riesgos de la pandemia, como una transmisión digital seriada abierta al público durante una semana, pregrabada con excelencia musical y escénica.
Luces bien marcadas iluminaron la escenografía construida en distintos planos triangulares puestos alrededor del lecho de Buoso, el solterón que deja su nutrida herencia a un monasterio. Sus avaros familiares rompen el testamento y acuden a Schicchi para que suplante al muerto, se finja en agonía y disponga de los bienes frente al notario. Pero una sorpresa les espera.
En sus respectivas plataformas, los cantantes permanecen a distancia para evitar eventuales contagios. Es de apreciar la solución estética minimalista que encontró el director de escena, Ramiro Gutiérrez Castro.
La Orquesta Filarmónica Juvenil de Bogotá, dirigida con firmeza por el maestro José Alejandro Roca, sonó como un instrumento de profesionales con sólida experiencia. Los músicos acompañaron al grupo de talentosos cantantes, todos colombianos, liderados por Valeriano Lanchas, a quien el ingenioso Gianni Schicchi le queda preciso, tanto a su fina vocalidad como a su interpretación actoral. Usó una estupenda voz agonizante para representar al “muerto moribundo” de quienes todos esperan heredar grandes riquezas, pero a los que engaña y consuela diciendo: “En este mundo cuando una cosa se pierde, otra se encuentra”.
Dos maduros artistas que por ello sobresalen fueron Sofía Salazar, ahora de pelo blanco, con envidiable presencia escénica y vocal, y Hyalmar Mittroti, con su bello timbre oscuro. Se destacó con bonito color de voz la mezzosoprano Monica Danilov en un cortísimo papel. Los demás intérpretes lograron divertir con sus respectivos personajes. Un talentoso colectivo de solistas cantando quintetos, tercetos y duetos con los que Puccini demuestra la novedad de sus armonizaciones para la época en que la obra fue estrenada, en 1918, en el Metropolitan Opera House de Nueva York. Quien no se haya acercado aún al delirio supremo de escuchar ópera, que lo haga con el aria de Lauretta, la hija de Schicchi, que le canta a su papá: Oh mio babbino caro, una de las más famosas piezas en concierto, que interpretó con musicalidad la soprano Sara Bermúdez.
Siendo la ópera el arte de todas las artes, ojalá la dirección del Teatro Mayor siga con estas iniciativas que apoyan el talento colombiano que con tanta ilusión estudia en las numerosas escuelas que hay en el país.
La formación de un público apreciativo se potencia gracias a la tecnología digital que en buena hora se aplica para estos tiempos difíciles en los que, a pesar de todo, hay que seguir cantando.
Colofón. Betty la fea, transmitida otra vez por RCN, ha sido un éxito internacional durante 20 años. Como simple aficionada a la filosofía de la estética, opino que esta producción está cimentada en el oficio creativo de lo grotesco que perfila los antivalores del ser humano de ayer, de hoy y de siempre, y que, por la gracia de un sentido del humor desorbitado hasta el ridículo, se convierte en una telecomedia.
MARTHA SENN
Martha Senn
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