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¿Qué tan 'era' fue?

Hace ocho años, la llegada del primer presidente negro a EE. UU. auguraba un mundo mejor.

Obama termina su presidencia quitándoles a los cubanos el estatus migratorio especial de ‘Pies mojados, pies secos’. Que pudo haberse inspirado en altas intenciones humanitarias, pero cimentado en una concepción absurda: incitaba a los cubanos a lanzarse a toda clase de aventuras que ponían en riesgo sus vidas, la favorita de ellas cruzar el mar prácticamente en flotadores sobre los que navegaban familias enteras con hijos, con los siguientes posibles resultados: si se hundían y se los comían los tiburones, de malas. Si los agarraban las autoridades norteamericanas intentando ingresar a territorio de EE. UU., de malas: miles fueron devueltos a Cuba para ser castigados por el régimen de la dinastía Castro. Solo los que lograban llegar boqueando a una playa de la Florida ganaban el premio mayor: la residencia automática en el país.
Si Raúl Castro se lo pidió a Obama, es porque ahora tendrá registro oficial, en coordinación con las autoridades migratorias de EE. UU., para saber quién inicia papeleo para emigrar, que en un régimen totalitario puede ser tachado de traición y ser castigado con cárcel.
Hace ocho años, la llegada del primer presidente negro a la presidencia de EE. UU. auguraba un mundo mejor: el fin de la discriminación de las minorías raciales, pero por ese camino, de las religiosas, de las económicas, de las de género, de los abusos sobre los derechos civiles, humanos, étnicos y todo lo demás que se nos pueda ocurrir en materia de oportunidades de minorías oprimidas.
Hay que concederle a Obama, muy buen orador y una figura carismática, que fue un gran inspirador de que el respeto por esos derechos llegara hasta las altas cortes. Que su carácter no agresivo ni confrontacional condujo a EE. UU. durante su período a recuperar un respeto prácticamente general de la comunidad internacional. Obviamente, un solo hombre no puede ser responsable de cambiar el mundo. Pero Barack Obama, que tuvo todas las oportunidades para ser un gran presidente de los EE. UU., no lo fue.
Su más importante legado administrativo, el ‘Obamacare’, jamás podrá probar su eficacia porque Trump ha jurado desmontarlo. Su arrogancia intelectual, su pereza para meterse en el oficio duro de la política, debajo del capó y engrasarse, su dificultad para ser realmente una persona cercana no solo para los norteamericanos, sino para los líderes del mundo, son aspectos de su personalidad que explican parte de ese fracaso. Otra parte importante es su cobardía en tantos aspectos como gobernante. Fue prácticamente pasivo ante las insurgencias laborales, ante el gansterismo de Wall Street, del que nadie pagó un día de cárcel, ante los levantamientos raciales por abusos de la policía sobre jóvenes negros, ante la deportación de 2,5 millones de inmigrantes ilegales, ante el uso de drones para espiar y asesinar a sospechosos de terrorismo que no tuvieron derecho a una captura previa ni a un juicio justo, ante las torturas de Guantánamo, ante los bombardeos de millones de civiles en Alepo y muchos otros puntos conflictivos del Medio Oriente.
Los sistemas de seguridad bajo su gobierno fueron tan poco estrictos como para permitir el espionaje ruso a unos niveles increíbles, hasta supuestamente influir en las elecciones presidenciales; fue flojo para poner al señor Putin en su sitio, hoy convertido en un factor desfasado de la geopolítica mundial. Putin no tuvo contraparte en Obama.
Pero sus adoradores pueden estar, sin embargo, tranquilos. Su prestigio se mantendrá intacto, lo cual es muy fácil siendo sucesor de George W. Bush y antecesor de Donald Trump. Nos espera una era de eclipse de la verdad y de la integridad. Algunos ya la llaman la era de la posverdad y de la posintegridad, encarnadas en el señor Trump. ¿Cómo puede lavarse las manos Obama de haber conducido a su país a semejante legado?
El día en que EE. UU. eligió a su primer presidente negro de la historia, ya estaba escrito su obituario. Que precisamente rezará así: ‘Barack Obama, el primer presidente negro de la historia de los EE. UU.’. Que no es poco. Pero a mí, francamente, me queda faltando algo.
Entre tanto... ¿Quién responde por la concesión del aeropuerto de Cartagena, que, a pesar de recibir casi 5 millones de visitantes al año, tapa huecos en la pista por las mañanas en medio de la racha de aviones más grande del año?
MARÍA ISABEL RUEDA
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