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No se puede caer

Si algo ha manejado mal este gobierno, ha sido precisamente esta reforma tributaria.

Una pesadilla este proyecto de reforma tributaria o como se llame, tan importuno como errado y arbitrario. Tal vez lo rescatable esté en la exposición de motivos, en especial en lo que toca con la Hacienda Pública. Es una buena síntesis de la situación de nuestras finanzas públicas; de la razón de la regla fiscal; del límite máximo de la deuda pública; y una descripción muy didáctica de la necesidad de las transferencias monetarias para las personas de menores ingresos, en un contexto preciso sobre los índices de pobreza y de pobreza extrema. Pero el articulado, con contadas excepciones, es lamentable, en opinión de muchos expertos. Por ejemplo, en lo que concierne al IVA, el ministro de Hacienda no atendió las recomendaciones de la comisión de expertos. Más aún, las desconoció.
Lo que pasa es que, lamentablemente, así los defectos de la reforma sean ciertos, lamentablemente la tal ley de solidaridad sostenible (o como se llame) no se puede caer. Sería un desastre para nuestras calificaciones de riesgo crediticio; no tendríamos con qué atender en junio los programas asistencialistas que están en marcha, ni los apoyos monetarios a las nóminas en momentos en que el desempleo supera el 17 %, mientras crecen dramáticamente los índices de pobreza.
Si algo ha manejado mal este gobierno, ha sido precisamente esta reforma tributaria. Permitió que fueran muy vistosas las orejas el lobo por debajo de la piel de oveja. Es decir que al perfil social de la reforma, que es innegable, dirigido a mantener el ingreso mínimo, la gratuidad en la educación y los alivios a las empresas, nadie le ha parado bolas. A la reforma la domina la fama –justamente adquirida, qué pena reconocerlo– de que la clase media sería la más directamente perjudicada: es arbitrario hacer depender buena parte del recaudo adicional que se busque, del impuesto a la renta sobre personas de ingresos medios y medios bajos, con incrementos superiores al 100 %.
Si el Gobierno no logra que le aprueben esta ley las comisiones económicas 3 y 4 conjuntas de Senado y Cámara, el mensaje a las calificadoras será que carece de un mínimo de gobernabilidad, y que no tiene con qué hacer el saneamiento fiscal y la ayuda social.
Actualmente existen todo tipo de propuestas de reforma del proyecto, que el Gobierno debería escuchar con atención. Por ejemplo, la de exministros como Juan Camilo Restrepo, para quien la reforma debería ser partida en dos. Quitarle a esta “ancheta de impuestos” el celofán de la inversión social con el que viene empacada, y que vale entre 4,5 y 5 billones de pesos, que son conseguibles por otros caminos distintos a los tributarios. Y con el resto de la reforma propiamente tributaria, lograr unos acuerdos políticos mínimos que, en todo caso, no consistan en sacarles a unos contribuyentes escuálidos 30 billones, para que el Gobierno, además de tapar los huecos, tenga plata para repartir en campaña, con lo cual se equivocan si creen que así le quitarán votantes a Petro.
No se ve a mucha gente agradecida con este gobierno por ese esfuerzo de mantener y prorrogar el ingreso mínimo y devolver el IVA. La naturaleza humana es de por sí insaciable. Puede que les vayan a llegar a muchas familias 360.000 pesos con los que antes no contaban. ¿Pero quién ha dicho que eso es suficiente, y que de pronto Petro no les daría más? Miren las encuestas. En ellas sale claritico que a nadie lo ilusiona el componente social que trae esta reforma, que, en cambio, enfurece a la clase media. A los ricos ni los menciono, porque también es de su naturaleza humana que siempre queden bravos. Se han oído propuestas interesantes del Consejo Gremial, de la Andi, de académicos, de profesionales expertos.
Entre los cuales escuché la opinión de que Colombia puede todavía levantar mucha plata si sube la deuda, que hoy es de alrededor del 57 % del PIB. Cada punto vale diez millones. Con que subamos 3 puntos más el endeudamiento, conseguiríamos 30 billones. Pero primero habría que tumbar el paradigma de que la equidad generacional impide que la generación actual se endeude mucho, como para dejar colgada a la siguiente. Con la pandemia, ese paradigma se cayó. Es muy poco probable que los jóvenes del mañana, con todo y deuda, puedan estar peor de lo que estamos hoy.
Entre tanto... No sobra que el Gobierno recuerde un cuento del inolvidable escritor Álvaro Mutis, en el sentido de que él tuvo tres matrimonios: uno malo, uno bueno y otro regular. Y que el mejor había sido el regular. Pregunto: ¿por qué entre una reforma tributaria buena (la que cree el Gobierno que presentó) y otra mala (la que muchos colombianos creemos que presentó), no nos contentamos con una regular?
MARÍA ISABEL RUEDA
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