Yo aspiraría a que el juicio sobre el proyecto de reforma tributaria parta del noble reconocimiento de que como la situación real de Hacienda del país es muy difícil, de SOS, todos tenemos que contribuir. Las cifras oficiales más honestas hablan de un déficit público de más de 30 billones de pesos (aunque analistas independientes sostienen que es de 70 billones).
Obvio: podríamos pasarnos mucho tiempo discutiendo las causas y culpar al Gobierno de corrupción y despilfarro. Esta reforma, además, lleva un año de retraso. La guardaron para no descuadrar el Nobel, de manera que no interfiriera con los resultados del plebiscito. Las reformas tributarias mientras más justas son, más callos tocan. Para presentarlas oportunamente y aguantar el chaparrón, los gobiernos tienen que tener lista la chequera de su popularidad, y la de Santos se giró toda en el proceso de paz. Si, además, se presenta así de tarde, es porque con esa debilidad el Gobierno no quiere debates profundos. O la aprueba el Congreso, o la aprueba. Pero, bueno. Aun así de atropellada, esta reforma tiene aciertos.
Pretende corregir los monumentales errores de la del 2014, cuando el ministro Cárdenas les colgó a las empresas impuestos inviables que volvieron muy difícil invertir en Colombia, competir y sobrevivir en el contexto continental. O los impuestos de las empresas vuelven a ser viables, o nos olvidamos de la inversión y, por ende, del empleo. Para que esta meta sea real, la reforma debería reducir a la mitad el nuevo impuesto sobre los dividendos, o lo comido saldrá por lo bebido.
Aunque impopular, está bien ampliar el umbral a partir del cual pagarán los colombianos impuesto a la renta. Los colombianos nos hemos creado una cultura de mendigos en un Estado asistencialista. La urgente depuración del Sisbén no aparece aún en todo este replanteamiento. Pero, además, ampliando la base tributaria, se incentiva la formalización. No hay derecho a que hoy en Colombia el 80 % de los trabajadores independientes esté en la informalidad –eso crea delitos, fraudes, inseguridad– ni a que un 56 % de los asalariados sean trabajadores informales –lo cual genera injusticia, inequidad y pobreza–. Solo los populistas profesionales saldrán a tratar de convencer a los tenderos, a las peluquerías y a las famas de que con el monotributo les llegó su infierno.
Sí habrá que atender las críticas de que los más clavados serán los trabajadores de ingresos medios, con una sustancial disminución de sus salarios reales. Lejos de populismos baratos, si al Congreso le queda alguna capacidad de maniobra, debería luchar para que se le respeten ciertos escalonamientos a esta clase sándwich, que no gana ni tan poco como para que se le tenga piedad, ni tanto como para comprarse sus propias exenciones.
También parece inevitable que el IVA pase del 16 % al 19 % –de algún lado tendrá que salir lo de tapar el hueco–, tarifa todavía más baja o muy similar a la de países comparables de América Latina, como Argentina, -21 %; Perú, -19 %; y Uruguay, -22 %. Pero al Gobierno hay que reconocerle un esfuerzo muy grande para respetar la lista de los bienes y servicios exentos y excluidos de IVA, en contra de las recomendaciones de la comisión de genios tributaristas. También, agradecerle al ministro Cárdenas que no cayó en la tentación de gravar las pensiones, el más triste de los impuestos, que cae al final de la vida de las personas sobre su esfuerzo de ahorrar.
Por último, hay que analizar la conveniencia de tres nuevos tributos. 1) No han podido convencernos de que a las gaseosas les impondrán IVA porque engordan. 2) O de la conveniencia de clavar el internet, como si fuera un artículo de lujo, y no el instrumento más popular del planeta para acceder al conocimiento. 3) No entendemos tampoco qué beneficios producirá derogar vitales exenciones para la construcción de vivienda de interés social.
En conclusión, esta reforma no es catastrófica. Pero así como no se justifica tumbarla, tampoco merece voladores solo porque cumplirá con ser un poquito integral, un poquito justa y porque corregirá un poquito las embarradas tributarias de este propio gobierno, así sea tan tarde.
Entre tanto... Sí es una vergüenza que el senador Horacio Serpa salga a decir que no aprobará más impuestos para que el Partido Liberal no siga perdiendo las elecciones.
MARÍA ISABEL RUEDA
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