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Improbable, pero no imposible

Improbable, pero no imposible

Con Trump podría pasar lo del 'brexit' y lo del No en el plebiscito colombiano: que las encuestas no estén captando un voto invisible.

¿Puede? Casi todos los pronósticos dicen que no. Pero las encuestas están tan desprestigiadas en el mundo entero que la respuesta es esa: improbable, pero no imposible.

Analistas no dejan de advertir que con Trump podría repetirse lo que pasó en el ‘brexit’ y en el No del plebiscito colombiano: que exista un voto vergonzante que las encuestas, por más profesionales que sean, no logren medir. Que Trump tenga escondido a un electorado al que le da pena aceptar ante un encuestador que votará por el magnate, porque se siente acomplejado ante la paliza que le están dando los medios, los opinadores, los analistas, los artistas, las mujeres, y sí: también las encuestas. Lo mismo que pasó en Colombia con el No, por causa de una campaña del Gobierno que cohibió ante las encuestas a los del No, al estigmatizarlos como guerreristas y culpables del negro futuro del país.

Las encuestadoras colombianas no escapan a la disyuntiva mundial sobre cómo recuperar la credibilidad. Aquí se le vino el mundo encima a la empresa Ipsos, la única que alcanzó a reconocer, aunque fuera por un instante en la revista ‘Semana’, que el No podía ganar. Datexco también detectó una subienda del No, pero no alcanzó a sustentarla científicamente y prefirió la prudencia.

La controversia llevó a que todas las encuestadoras importantes hicieran un fatal pacto metodológico equivalente a un suicidio. Consistió en arrancar peguntándole al encuestado si iba a votar (o sea, usar el filtro del “votante probable”, que sigue todavía siendo el mejor de los filtros) y solo si decía que sí, se procedía a preguntarle si iba a votar “por una paz estable y duradera”. Pero cuando todas las encuestadoras utilizan la misma metodología, lo más probable es que todas obtengan resultados similares.

Y que se cometan los mismos errores. Uno, hacer una pregunta a la que difícilmente se podía contestar No. (¿Usted quiere la paz estable y duradera?). Otro, no distinguir entre los declarados no votantes y quienes apenas estaban elaborando su voto, muy proclivemente por el No, porque la mayoría del Sí ya estaba decidida, incluso antes de la firma del acuerdo con las Farc en Cartagena.

La campaña por el Sí al plebiscito fue tan “capadora” conceptualmente que logró agachar no solo a encuestados, sino a encuestadores. Estos diluyeron sus riesgos pactando metodologías concertadas. Ninguno se arriesgó a convertirse en “chulo del diluvio” de ser estigmatizado como el manipulador de opinión que iba a condenar a Colombia a la guerra eterna.

Pero de ahí a acusar a los medios colombianos de que escondieron las encuestas en las que ganaba el No, hay un gran trecho. Es incuestionable: un encuestador vive del prestigio de acertar. Y los medios viven del prestigio de que sus encuestadores acierten.

El descalabro de los medidores de opinión en Colombia no fue distinto de los del ‘brexit’. Ni al que en el 2013 no logró predecir el triunfo en las elecciones provinciales de Canadá del Partido Liberal, en British Columbia. Ni al que en el 2014 sobrevaloró el apoyo electoral a los demócratas en las elecciones gringas.

Solo un matiz juega a favor de los pronósticos de las encuestas en EE. UU.: que el voto es indirecto. Se está votando por colegios electorales, que son los que escogerán al Presidente. El voto en cada Estado no tiene el mismo peso. Y no necesariamente empata con el número de delegados de cada candidato. ¿Ese factor sincera la intención de voto que miden las encuestas? Está por verse.

Según Nature, las encuestas “son un arte, pero, ante todo, son un esfuerzo científico”. Por lo tanto, mientras el mundo trata de acertar en sus mediciones para que sean proporcionalmente repartidas entre hombres y mujeres; entre razas, grado de educación e ingresos; entre distribución geográfica, puntos de vista y comportamientos electorales; y mientras que ya, con esos datos en mano, los encuestadores sepan cómo analizar los baches de su muestreo y sopesar a los grupos potencialmente subrepresentados... Dios mío. Es mejor que sigamos preparados para las sorpresas.

Entre tanto... El problema de Hillary no es que se le hayan filtrado unos ‘e-mails’. Es qué dicen esos ‘e-mails’.

MARÍA ISABEL RUEDA

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