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El último desmayo

A sus 69, la salud de Hillary Clinton es una cajita de sorpresas. Se atora, se tropieza y se cae con frecuencia.

María Isabel Rueda
La salud de los personajes públicos, cuando son gobernantes o candidatos a serlo, produce una de dos reacciones: o solidaridad o desconfianza. Colombia es ejemplo de lo primero.
Angelino Garzón se disparó en las encuestas luego de su accidente cardiovascular. El presidente Santos, pionero en transparencia, en un acto de entereza convocó una rueda de prensa en compañía de sus médicos y reveló su cáncer de próstata. Ya operado, se asomó en bata a saludar desde una ventana de la Fundación Santa Fe. La gente quedó tranquila.
Más recientemente, a partir de las convulsiones del vicepresidente Vargas, captadas por la televisión, cada paso del diagnóstico y tratamiento de su tumor cerebral fue objeto de un minucioso informe público, tan transparente como para que la opinión lo mantuviera en el primer lugar en las encuestas como futuro presidenciable.
Pasa lo contrario en Estados Unidos. Allí, el verdadero estado de salud de los gobernantes usualmente se ha mantenido bajo cerrojo.
Ejemplos que se me vengan a la memoria, el del presidente Wilson, a quien después de ganar la segunda guerra le dio un derrame y gobernó la señora.
El presidente Roosevelt se murió sin que su pueblo supiera claramente que no podía levantarse de una silla de ruedas. Intentaba aparecer en público del brazo de su hijo, con ayuda de unas férulas pesadísimas que le ponían para aparentar que podía caminar. La mayor tortura de su vida fue recorrer 20 metros hacia la tarima de su nominación. Cuando muchos años después de muerto resolvieron homenajearlo en Washington con una escultura, se dio el debate de si deberían inmortalizarlo en su verdadera condición, o en la que aparentaba. Hoy, Roosevelt recibe en silla de ruedas desde su pedestal.
A Kennedy, de niño, cuatro veces le pusieron los santos óleos. Tenía mal de Addison y unos dolores de espalda monstruosos. Su único alivio era tener sexo una vez al día, como se lo confesó al primer ministro inglés Harold Macmillan. Pero el mundo entero lo recuerda como un presidente churrísimo y atlético que le puso los cuernos a Jackie con la bella Marilyn.
Ronald Reagan logró esconder en su segundo mandato un alzhéimer incipiente. Cuando la prensa se lo trató de insinuar, enrostrándole su avanzada edad, tuvo una respuesta genial: que jamás se le ocurriría aprovecharse de la juventud y falta de experiencia de su opositor, Walter Mondale. Apenas dejó la presidencia, escribió una carta pública en la cual contó la verdad y se despidió de su vida política porque iniciaba un “viaje hacia lo desconocido”.
Algo semejante está ocurriendo por estos días en la campaña presidencial de los EE. UU. Para fregar a Hillary, Trump se consiguió a un médico irresponsable que diagnosticó: “Nunca ha habido un candidato en mejor estado físico para ser presidente”. Pero ya tomando vuelo el delicado debate sobre la salud de su rival, un médico serio constató que, salvo por su sobrepeso y un colesterol que controla con medicamento, Trump está realmente sano, teniendo en cuenta sus 70 años de edad.
En cambio, a sus 69, la salud de Hillary es una cajita de sorpresas. Se atora, se tropieza y se cae con frecuencia. Hace unos cuatro años fue tan fuerte el golpe que duró seis meses en recuperación y tuvo que recurrir al uso de anteojos para corregir su doble visión.
Ahora ocurre el desmayo durante la ceremonia del 9-11. Su médico se lo atribuyó a una insolación, cuando ya había un diagnóstico de neumonía. Su esposo, Clinton, lo minimizó hablando de una gripa. Ella, quien no ha logrado romper una fuerte desconfianza de los votantes por su vieja fama de desmedida codicia y por el escándalo del uso de su correo personal como secretaria de Estado, para tratar delicadísimos temas de seguridad nacional, no ha hecho sino ahondarla con los poco transparentes diagnósticos de su salud.
Eso en EE. UU. no produce solidaridad, sino gran preocupación por quien tendrá el timón del país durante los próximos ocho años, pues las reelecciones en EE. UU. se dan por descontadas.
Total: si Hillary, que aún hoy es favorita, llega a perder las elecciones, no busquen en otro lado: será por culpa de su último desmayo y de las mentiras que se han dicho para protegerla.
Entre tanto... Comienzan a aparecer los agradecidos jefes de debate de Perdomo. Ver informe en 'Las dos orillas'.
MARÍA ISABEL RUEDA
María Isabel Rueda
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