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¡El Congreso empata y la Corte arbitra!

El Congreso no remató su labor frente a la aprobación o rechazo de las objeciones a la JEP.

A quienes están hartos de oír hablar de las objeciones a la ley estatutaria de la JEP, presentadas hace más de 50 días por el Gobierno, discutidas durante tres días seguidos en plenarias de Senado y que volvieron a dividir arbitrariamente al país entre los propaz y antipaz, les tengo una sorpresita desagradable: seguirán oyendo hablar de ellas porque el Congreso no remató su labor frente a su aprobación o rechazo, al no decir claramente si las objeciones fueron derrotadas o no.
Como titularon la mayoría de los periódicos, no se trata de que en el Senado hubo empate y ahora el árbitro será la Corte. La solución de trasladar, ante la falta de acuerdo, el debate del Senado a la Corte Constitucional, para que realice un trámite extraparlamentario, no está contemplada en nuestra legislación, luego no existe.
Siempre que se discute una ley o una reforma constitucional en el Congreso, forma parte integral del proceso legislativo de una y otra cámara que sus directivas digan por cuántos votos fueron aprobadas o desaprobadas las iniciativas, y eso qué consecuencias tendrá. Aquí, en cambio, ante una discusión que no permitía ponerse de acuerdo sobre si la mayoría necesitaba 48 votos o le bastaban 47, se optó por recurrir a la Corte Constitucional para que sea esta la que defina la validez de la votación del jueves y asuma así una función que no tiene: la de escoger con cuál de los dos resultados se queda.
A mi manera de ver, el proyecto debe regresar a la secretaría del Senado, para que esta diga oficialmente cuál fue la votación de la sesión, y si ella fue suficiente para derrotar las objeciones o no lo fue. Y ahí sí la Corte podrá entrar a analizar si hubo vicios de fondo en su trámite.
Si las objeciones fueron derrotadas, envía la ley al Presidente para su sanción. Si no lo fueron, la consecuencia inmediata es que se hunden los 6 artículos objetados y el expediente regresa a revisión constitucional de la Corte, como esta lo ha solicitado, compuesto por los artículos no objetados.
Aunque en este país hemos visto de todo, como transformar un No en un Sí, no me extrañaría que la Corte terminara remendando las votaciones parlamentarias con una atribución que no tiene, pero que le quedaría añadida argumentando que en Colombia no habrá paz, mientras a la Corte no la dejen sumar los votos del Congreso como le venga en gana.
En tan equivocado escenario, tanto los partidos de gobierno como los de la oposición han encontrado razones para salir a reclamar su triunfo. Pero ambas partes no pueden tener la razón. O las objeciones fueron derrotadas con 47 votos por el No, o se salvaron porque no hubo 48 votos por el No. Y nadie distinto del propio Congreso puede resolver este dilema.
La relativa victoria del Gobierno puede estar alimentada por el hecho de que la derrota no fue la que pronosticaban los resultados de Cámara, y la verdad es que la pelea entre los 47 y los 48 votos tiene buenos argumentos de lado y lado que podrían implicar que el Gobierno salvaría sus objeciones por un pelín, si logra hacer valer como antecedente que con base en esta misma estructura de curules existentes se han votado los otros proyectos de esta legislatura. Pero la oposición insistiría en la tesis de que ni Iván Márquez ni Aída Merlano podían venir a votar, uno porque está huido y la otra presa, por lo que un voto imposible no se puede exigir. El asunto es que sus curules existen, y eventualmente serán ocupadas, y por ello su existencia como factor para establecer las mayorías no se puede sencillamente ignorar.
Pero si bien el Gobierno tiene que cuidarse de las derrotas estruendosas, no puede quedarse satisfecho con las victorias pírricas. Ganar o perder las objeciones no será lo que le dará al presidente Duque el molino de viento que está buscando urgentemente para que la gente pueda identificar hacia dónde quiere ir.
Las objeciones eran una promesa de campaña, pero no son un plan de gobierno. Le falta a Duque encontrar ese ‘algo’ con el cual la gente termine asociándolo casi automáticamente cuando se piensa en su obra de gobierno. Y por lo menos yo no lo veo, no lo veo…
Entre tanto… ¿Qué habría pasado si la doble militancia, con pérdida de investidura, hubiera existido en los primeros años de Roy Barreras?
MARÍA ISABEL RUEDA
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