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El galimatías de la paz total

Vamos a ver si aparece alguien en nombre del Gobierno que aterrice el concepto.

Nadie entiende qué es eso de la paz total. Probablemente ni el nuevo gobierno, que la viene enunciando a medida que se la va sacando de la manga. Lo primero que se nos ha informado es que el sometimiento a la ley ahora se llamará acogimiento, y que lo que antes se conocía como fin del conflicto ahora se llamará paz total.
Muy atrás han quedado conceptos tan simples como que el interés de un grupo guerrillero radicaba en tomarse el poder por las armas. Antes de que Fidel Castro falleciera, reconoció que esta vía era una quimera. Entonces, la aparición de docenas de clanes criminales menos interesados en tomarse el poder que en enriquecerse con el narcotráfico fue borrando la tenue raya que separa a la delincuencia política de la común; y lo que terminó sucediendo es que mientras los narcos contaminaron a las guerrillas con el narcotráfico, las guerrillas a los narcos con intereses políticos, abriéndoles un espacio en el conflicto armado que evidentemente hoy ocupan.
Es por eso factible que, en medio de esta amalgama, todos estos grupos de narcoguerrillos se puedan sentar con el nuevo gobierno a discutir una negociación. Con el Eln y las disidencias, el camino que viene ya lo recorrieron las Farc, y probablemente volverá a ser muy parecido: mucha injerencia cubana y de los enviados del Papa a Colombia. Pero como las disidencias de las Farc rechazaron las ofertas que el gobierno Santos les hizo en La Habana, el panorama indica que la vara de premios necesariamente tendrá que ser más alta. Habrá que mejorársela con más plata, más curules; y de extradición, ni hablar.
Pero habrá un cambio fundamental, según anunció el canciller Álvaro Leyva. Que a diferencia de la regla de oro que Santos repitió hasta la saciedad, de que nada estaría acordado hasta que todo estuviera acordado, en esta oportunidad las concesiones que se vayan acordando se irán aplicando de inmediato, sin necesidad de que la negociación llegue al puerto final del desarme.
Según Humberto de la Calle, esta fórmula es peligrosa: permite que “la guerrilla pueda cogerse la pechuga y cuando le toque el turno de dejar las armas, decida romper conversaciones”. (Entrevista con Cecilia Orozco en ‘El Espectador’). Actitud que, por cierto, es muy factible, por el carácter resbaladizo que caracteriza a los elenos. Complica esta negociación con el Eln que hoy se comporta como una guerrilla binacional, protegida por Maduro en su territorio, como una especie de “retaguardia talibán latina”, por si los gringos algún día resuelven meterse hasta allá. De manera que Maduro debe ser de los menos interesados en esta paz con la guerrilla colombiana.
En cuanto a las organizaciones de clanes criminales, no sabemos si Leyva, que es tan locuaz, será capaz de cumplir con la regla de oro diplomática: callar en varios idiomas. Pero, indudablemente, era uno de los pocos con la sagacidad y audacia para plantear ese súbito cambio de un “sometimiento” por el de un “acogimiento”. Lo primero es pura y llanamente lo que se ha podido hacer siempre que un delincuente resuelve entregarse: regirse por las leyes vigentes, que contienen ellas mismas la posibilidad de graduar la pena, según la información que se entregue. Entonces, ¿por qué estamos hablando de “acogimiento”? Porque este término abarca mucho más: la posibilidad de que se pueda abrir una gran negociación para concertar una nueva legislación, agrandando la JEP actual o haciendo más JEP o Jepcitas, graduando a los clanes de “actores del conflicto” por la vía del DIH, para que se entreguen a la justicia, pero sin rendirse.
Es decir: para los que hoy están matando policías, convocando paros armados y paralizando el transporte público, no habrá extradición y sí pocos años de cárcel, a cambio de la entrega de rutas; y las curules en el Congreso podrán multiplicarse como Jesús con los peces.
Quedarían solo unos detallitos por corregir. Como el de que el narcotráfico es la gasolina del negocio de las guerrillas y de las bandas; y en vista de que este gobierno ha jurado que no perjudicará jamás a un agricultor pequeño, aún no se vislumbra cómo los que terminarían negociando su “acogimiento” a una nueva legislación no serán sucedidos por relevos de nuevos aparecidos, que aspirarán a quedarse con un negocio que ya está sembrado y en producción.
Todo esto, además, bajo la premisa de que las negociaciones con narcos nunca salen bien. Arrancan con una ola de compraventa de franquicias, de cupos, de funcionarios torcidos y mucho descontento en EE. UU. Y como decía atrás, el negocio sigue.
Vamos a ver si cuando acaben las ferias y fiestas de esta rimbombante posesión presidencial, que nunca pretendió ser sencilla sino muy notoria, y ya hasta le compite en detalles al matrimonio de Lady Di, aparece alguien en nombre del Gobierno que aterrice la paz total.
MARÍA ISABEL RUEDA
(Lea todas las columnas de María Isabel Rueda en EL TIEMPO aquí).
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