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Colombia, entre los extremos de América Latina

Más allá de las fronteras urge la cooperación, concertación y vigencia del Derecho Internacional.

María Emma Mejía
Noviembre histórico para América Latina, cinco elecciones en cuatro domingos trazan el nuevo mapa político de la región a 196 días de conocer los resultados de la primera vuelta presidencial en Colombia. Mientras la nación espera ansiosamente su turno en 2022, los candidatos para reemplazar a Iván Duque pasan por alto los asuntos más apremiantes de política exterior, sin hasta el momento conocer de ellos sus perspectivas frente a una región que se tambalea entre los extremos.
El primer extremo se encuentra al norte, en Nicaragua, donde sin importar los cuestionamientos y advertencias que acompañaron el reciente fraude electoral, Daniel Ortega se reeligió para un quinto mandato de cinco años, ante la mirada atónita de una región que deplora a través de los micrófonos pero que no se atreve a trazar una línea roja. Con lo ocurrido, ya no hay excusas que maquillen a esta dictadura. Si las urnas de Managua hablaran, darían cuenta de la necesidad de acciones regionales de mayor peso para poner contra las cuerdas al régimen de Ortega y Murillo, que, no suficiente con el encarcelamiento de siete candidatos presidenciales, ignoró el significado del 80 % de abstención bajo la mirada cómplice de Cuba, Bolivia y México.
El segundo extremo no podría dejar de ser nuestra frontera oriental llamada Venezuela, país que celebrará elecciones locales el próximo domingo ante la impotencia de una región que ha sido testigo durante 22 años del control chavista sobre los poderes públicos. Desde entonces, los resultados no han dejado de ser predecibles y no toman por sorpresa en absoluto; al contrario, profundizan en la crisis vecina y sacan provecho del fallido proceso de negociación que permitió al régimen llegar a estas elecciones con una oposición completamente neutralizada.
Distinto a los que pensaban que la salida de Maduro ocurriría por medio de bloqueos económicos, el único camino que le queda a Venezuela para recuperar su democracia, según el reciente informe del Woodrow Wilson Center, proviene de las cesiones a las que esté dispuesto a negociar el bloque opositor a cambio de una progresiva apertura política por parte del régimen. Por supuesto, el acompañamiento internacional a lo largo de este proceso es esencial y Colombia no puede quedar rezagada en un futuro como la manzana de la discordia. El país debe estar presente para construir diálogo, al menos sobre los problemas de seguridad que diariamente afectan las fronteras binacionales.
El tercer extremo es el de la incertidumbre en Chile para elegir al sucesor de Sebastián Piñera, quien enfrenta un juicio político en su contra. Este escenario sin precedentes coincide con los 31 años del retorno de la democracia, pero además con el proceso constituyente, el malestar social y la campaña presidencial que enfrenta a dos agendas antagonistas representadas por el ultraderechista Antonio Kast y el izquierdista Gabriel Boric. La expectativa que inunda las calles de Santiago en medio de esta tormenta aún no encuentra certeza ni siquiera en las encuestas, y todo parece indicar que el liderazgo sobre la transformación política que está por venir posiblemente recaerá sobre la candidata de centro, Yasna Provoste, a la luz de los quince millones de votantes indecisos.
En medio de este tablero regional en el que las fichas aún no se terminan de acomodar, la política exterior de Colombia para los próximos cuatro años no puede mirar con pasividad desde la tribuna ni ser anuente frente a un vecindario que en cada elección parece estar al borde de los extremos. Desafortunadamente, el debate político nacional gira en torno a lo mediato, sin mirar que más allá de nuestras fronteras urge la necesidad de cooperación, concertación y vigencia del Derecho Internacional como mecanismos para contrarrestar a los líderes con propensiones antidemocráticas.
MARÍA EMMA MEJÍA
(Lea todas las columnas de María Emma Mejía en EL TIEMPO, aquí).
María Emma Mejía
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