El 13 de noviembre, a las dos de la tarde, 500 voces resonaron en el auditorio Holland de Omaha con la Orquesta Sinfónica y dieron vida a la última obra de Mozart: el Réquiem. El silencio sepulcral antes del inicio y justo después del final, con las voces todavía resonando en los oídos de los asistentes, parecía dejar un mensaje muy claro: el alma de este país permanece intacta a pesar del nuevo líder que tristemente se erigirá presidente de Estados Unidos.
En medio de la melodía del coro acompañada por la orquesta ‒creada por el agonizante Amadeus más de tres siglos atrás‒ resonaba el mensaje de una sociedad que se sostiene a pesar de los tiempos oscuros que se avecinan. No solo los inmigrantes, los afroamericanos, las mujeres y los musulmanes sentirán el peso de una presidencia de Trump inspirada en el odio y en el machismo. También las artes, como vimos con el vicepresidente electo, Pence, y el musical de Hamilton, tendrán que resistir un intento asfixiante de esa derecha mercantilista y pragmática.
En el musical de Hamilton, como vimos esta semana, los actores se dirigieron al vicepresidente de Trump y expresaron su temor por ser ellos parte de minorías étnicas, cosa que repercutió en una reprimenda de corte colonial del futuro presidente desde su cuenta de Twitter.
Pero las artes gozan de buena salud en este país, y los ciudadanos, que con tanto ahínco se han nutrido de ellas, las respaldarán y defenderán sin descanso. Así lo vimos con los 500 estudiantes de escuelas secundarias que elevaron sus voces al cielo, casi como si fuera un clamor colectivo porque no fuera ese el réquiem de la libertad de expresión artística de la nación.
Las artes son la capa más vulnerable y más importante de la sociedad, son las que reciben el embate de los dirigentes extremistas y enemigos del pluralismo. De allí la importancia de insistir en la proliferación y en la protección de escenarios como estos, así como de respaldar la discrepancia ideológica desde las tablas. No hay nada más nocivo para la sociedad que la homogeneización y la descaracterización de las expresiones artísticas bajo el yugo de un hombre que como presidente es un muy buen protagonista de un ‘reality show’.
María Antonia García de la Torre@caidadelatorre
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