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La fémina destructora de la literatura

El feminismo lo que está es desmontando la literatura que perpetúa un sistema patriarcal.

Escribe Mario Vargas Llosa el pasado 17 de marzo en El País una interesante diatriba contra el feminismo por ser, según él, la principal amenaza de la literatura. Su don de contador de historias se vislumbra, sin duda, en una impecable defensa del machismo como elemento intrínseco de la literatura, herido de muerte por el extremismo de esas mujeres inquisidoras: “las feministas”.
Su principal argumento es que la literatura se nutre de todo aquello que es incómodo y prohibido para la sociedad, y que ese quehacer “ha estado, está y estará siempre en conflicto con lo que es tolerable y deseable”. De esta manera, Vargas Llosa mete al machismo en el paquete de esos elementos que escandalizan y cuestionan la sociedad establecida. Sin embargo, no hay nada más tradicional, poco revolucionario y opresor que una sociedad patriarcal creada por y para los hombres. No, Mario, no es posible ondear la bandera de la rebeldía social y tomarse la sopita del establecimiento al mismo tiempo.
Lo verdaderamente revolucionario es que las mujeres digan “‘ya estuvo bien!” de no poder votar, de no tener propiedad privada, de no poder ir a la universidad. Ya estuvo bien de que no publiquen nuestras historias, nuestros poemas, nuestras novelas, de que nos condenen a parir y a cambiar pañales ad infinitum, de que consideren nuestras historias histéricas, infantiles e irrelevantes.
El feminismo –que busca equidad entre seres humanos y no la superioridad de la mujer, como creen algunos– es lo más radical y novedoso de la sociedad del siglo XXI, no, como cree el nobel, la acartonada perpetuación de un sistema patriarcal que ha sido ley desde las más primitivas y conservadoras civilizaciones.
Así que no, estimado Mario, el feminismo no está dándole una estocada de muerte a la Literatura con mayúscula, lo que está desmontando es la literatura –con minúscula– que perpetúa un sistema patriarcal y que reproduce ad nauseam ese retrato de las señoritas bien puestecitas en la sala, sonrientes y silenciosas mientras los hombres acaparan la política, la economía, la ciencia y, sí, la literatura.
El feminismo no está acabando con la literatura; de hecho, le está dando oxígeno, reinterpretándola desde una perspectiva historiográfica nueva. La del siglo XXI es una sociedad sedienta por escuchar a las mujeres, por verlas como protagonistas y no como personajes secundarios, por darle un vuelco a una estructura social que desde siempre ha favorecido a los hombres blancos, como el propio Vargas Llosa.
Lo que rompe esquemas es decir “Después de 3.000 años de escuchar a los hombres, vamos a escuchar a las mujeres” y es triste que un escritor que habla desde lo alto de su torre de marfil no comparta su micrófono ni siquiera un instante para que empecemos a oír otras voces, sino que, por el contrario, actúe como la Santa Inquisición y acuse de brujas a las nuevas voces femeninas.
Eso sí, no toda la literatura centrada en la fémina o crítica del patriarcado es relevante per se, por supuesto que no. La calidad de la prosa, la originalidad de las imágenes y, en fin, todos los elementos que suelen hacer de un texto una obra literaria deben estar allí. Lo ideal es que se conjugue la belleza de la prosa con la relevancia –y rebeldía– del fondo. Y es por eso que no podemos anegar esta tendencia que apenas se asoma, acusándola de censora, mojigata, arbitraria y asesina de la literatura. Simple y llanamente porque no es verdad.
La literatura, como dice el nobel, debe estar libre de censuras y debe protegerse de regímenes de índole comunista o fascista. Pero por desgracia –para él– su visión del mundo patriarcal no hace parte de esa esencia rebelde que dice defender de la sociedad, y sus aires de víctima no hacen sino dejarlo en ridículo como el hombre anacrónico y decimonónico que es.
Dice el columnista de El País, para rematar, que la literatura “no es moral ni inmoral, sino genuina, subversiva, incontrolable, o postiza y convencional, mejor dicho muerta”. Claro, y no hay nada más genuino, subversivo e incontrolable que darles voz a los históricamente silenciados: las mujeres. Lo que es postizo, domesticado y predecible es una sociedad regida por hombres, escrita por hombres, pensada y construida como un gran trono para el pater familias.
Si todas las historias son sobre heroicos –o atormentados pero inteligentísimos– hombres blancos, cuyas vidas ocupan los estantes de todas las librerías y el imaginario colectivo de todos los países, nunca habrá cabida para la mujer. Ni en el diario vivir, ni en el imaginario colectivo como individuo relevante, interesante, creativo, activo y rebelde. Si no empezamos a escribir las mujeres y si no exigimos que la literatura deje de glorificar la opresión del cincuenta por ciento de la población, vamos a matar, ahí sí, la Literatura y la esencia de una sociedad ilustrada y viva: la rebeldía.
MARÍA ANTONIA GARCÍA DE LA TORRE
@caidadelatorre
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