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Oda a los muchachos olvidados

Miles partieron para recibir, no un trabajo, sino un tiro en la sien o un uniforme de guerrillero.

Fueron miles, de eso no hay duda. Si la cifra es 6.000 o 10.000, o incluso más, será difícil de determinar, teniendo en cuenta las limitantes logísticas que aquejan a nuestra subdesarrollada nación. En todo caso, vale rescatar el hecho de que cada uno de los muchachos que vieron prematuramente la muerte por la infame política de ‘falsos positivos’ en Colombia dejó una honda herida en su familia y en su comunidad. Dejó un dolor imborrable en nuestra nación.
Estos miles de muchachos, seducidos por una oferta de empleo, partieron a regiones distantes de sus ciudades o pueblos natales, para recibir, no un trabajo, sino un tiro en la sien y un uniforme de guerrillero con botas varias tallas más grandes. Sus madres llevan años clamando que se haga justicia, pidiendo, con una voz firme y valerosa que quien dio la orden responda ante la justicia. Miles de madres, imparables, luchan por la memoria de sus muchachos, porque puedan decir que el culpable está tras las rejas, por tener al menos la satisfacción de saber que quien les quitó la vida a sus hijos ya no podrá cercenar la vida de ningún otro inocente.
Las madres de Soacha son las más representativas, si bien hubo víctimas en todo el territorio nacional. Estas mujeres, que vivieron el evento antinatural de sepultar a sus hijos, merecen saber la verdad, y que las recientes denuncias de que los casos en realidad triplican las cifras proporcionadas originalmente por la Fiscalía deriven en una investigación exhaustiva y en la condena de todos los implicados.
José Miguel Vivanco, director ejecutivo de Human Rights Watch, resalta que una atrocidad como los ‘falsos positivos’ en Colombia bajo el gobierno Uribe no tiene parangón en la historia. Las falsas bajas reportadas evidencian, además, la evidente imposibilidad de presentar bajas reales y refuerza la noción de que solo el proceso de paz podía haber desescalado el complejo conflicto armado con las Farc.
Ojalá que haya justicia, que se sepa toda verdad y que nunca más una madre tenga que enterrar a su hijo asesinado por un ejército cuyo deber es proteger a los ciudadanos, no acabar con ellos.
María Antonia García
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