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Taller de escritura

Experimenté una especie de despersonalización cuando empecé a explicar por qué quería estar allí.

El jueves antepasado comencé a asistir al taller de escritura que desde hace varios años dicta Carolina Sanín, escritora y profesora de literatura, esta vez en la librería Prólogo. En la primera clase nos invitó a presentarnos. Somos 17 personas, todas con profesiones muy diversas: diseñadores gráficos, periodistas, ingenieros, abogados, actores. La profesora Sanín se tomó el tiempo de conversar con cada uno sobre su motivación para tomar el curso y también sobre las dificultades que nos surgen al escribir.
Confieso que fue muy reconfortante oírla decir “a mí también me pasa”, pues uno no se imagina que una artista y pensadora de su calibre pueda verse en los mismos apuros que, muchas veces, nos desconsuelan a los aprendices.
Fui la penúltima en contarles a mis compañeros quién era yo, lo cual me puso muy nerviosa. Me la pasé anticipando el momento en que me iba a tocar dar cuenta de mí misma frente a ellos y a nuestra maestra, una mujer de incontestable brillantez y profundo conocimiento de su materia que, tal vez por la admiración que le tengo, me resulta muy intimidante.

Uno no se imagina que una artista y pensadora de su calibre pueda verse en los mismos apuros que, muchas veces, nos desconsuelan a los aprendices

Además, creo que por padecer un modo de fobia social, siempre he tenido problemas con esos breves ‘yo soy’ en público; me siento diciendo mentiras. De ahí que haya experimentado una especie de despersonalización cuando empecé a explicar por qué quería estar allí. Es decir, que, de repente, me convertí en una espectadora de mi propio discurso a la espera de oír ‘el cuento’ que iba a echar ‘esa otra yo’ sobre su deseo de escribir y mejorar su forma de hacerlo.
Un poco a los trancazos logré decir que era actriz y que escribo desde niña porque no puedo evitarlo. Pero la parte que más me inquietó fue cuando señalé que desde que publican mis textos en este medio me había acomodado en una “fórmula” y que extrañaba la inocencia con la que escribía antes de tener lectores. ¿Fórmula? ¿Qué fórmula? No, no era esa la palabra adecuada. Ya quisiera yo haber encontrado una receta para escribir columnas. Me refería a ese personaje convencido en el que me monto cada vez que opino aquí sobre cualquier tema. En realidad, no soy fanática de lo que pienso. Por eso celebro el propósito del taller, que es, creo yo, aprender a traducir nuestra vulnerabilidad de forma clara y precisa. De esas tareas imposibles que, para los que encontramos alivio escribiendo, vale la pena intentar.
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