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Poder y verdad

El poder se apropia de la verdad, luego la instala como única alternativa y la perpetúa con dinero.

¿Qué es la verdad? ¡Cuánto se ha escrito alrededor de este clásico filosófico! En nuestra cultura, esta palabra está muy cargada de sentidos infalibles si tomamos en consideración que el monoteísmo nos la ha entregado vestida de divinidad.
La verdad absoluta es la aproximación favorita del poder. Desde esa particularidad, la verdad es su mercancía, cualquiera que sea el sistema de dominio. Un ejemplo claro está en la conquista de los indios americanos que tuvieron que tragarse con sangre la trama cristiana. ¿Por qué eran menos verdaderas sus deidades danzantes y democráticas que El Señor?
El poder se apropia de la verdad, luego la instala como única alternativa y finalmente la perpetúa con dinero, porque la propaganda que hay que implementar para hacerla parecer incuestionable cuesta plata. El pueblo, ojalá ocupado en actividades básicas y mecánicas como trabajar y consumir, es el que termina financiando el proyecto que lo adoctrina; así, esa verdad oficial se normaliza a través de eficaces dispositivos como la política y la religión (que para mí son lo mismo), entre otros.

La verdad absoluta es la aproximación favorita del poder. Desde esa particularidad, la verdad es su mercancía, cualquiera que sea el sistema de dominio.

Aunque nos creamos muy libres de pensamiento, somos un constructo de verdades que damos por sentadas; e incluso los que pretendemos pelearnos con ellas no podemos evitar usarlas como punto de partida para la reflexión, revalidándolas de alguna manera. Debajo de ese paraguas están categorías como El Bien, El Amor, La Justicia, Dios, La Patria, La Madre, La Democracia.
Atreverse a cuestionar cualquiera de esas entidades sacrosantas produce inestabilidad y mucha rabia a los adoctrinados. Pero esa es una tarea de la filosofía, que en vez de solucionar problemas los crea con sus preguntas obvias, impertinentes e inoportunas (por eso me encanta), y no de la política, cuya función es resolver en la práctica.
Sin embargo, puede ser muy saludable deconstruir todo paradigma que se presente como verdadero, por más sagrado que sea. Es más, de lo sagrado hay que sospechar con más ganas. Si se hace a fondo, nos encontraremos de frente con la segunda agenda de un poder interesado que lo sostiene. Hacer esto no tiene como fin destruir estructuras probablemente necesarias para organizar comunidades, sino observar que todas, hasta las más amables, traen una fisura en la base que siempre será interesante identificar para, así, no fanatizarse por ideologías ni mesianizar a sus líderes.
MARGARITA ROSA DE FRANCISCO
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