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Mi foto con Fidel

Mi foto con Fidel

Todo un mundo de belleza y de horror donde el gran villano por excelencia es, y siempre será, el poder.

En 1999, 'Café con aroma de mujer', la telenovela que tanto ha significado en mi carrera como actriz, estaba siendo un éxito furioso en Cuba. Me pareció un regalo de la vida recibir la invitación del entonces presidente Andrés Pastrana, a quien todavía le agradezco semejante honor, para ir como ‘pato’ entre los selectos miembros de la misión diplomática que visitaría la isla por cuatro días. “Presidente, ¿y qué debo hacer?”, le pregunté muy nerviosa; la verdad, me sentía como un mosco en leche. “Nada, ya vas a ver qué alegría les vas a dar a los cubanos cuando vean a la Gaviota”. Solo esa frase fue mi motivación para aceptar, ni se me pasó por la mente ponerme a analizar el significado político de aquella reunión. Recuerdo tres momentos muy emocionantes de ese viaje.

Uno en que pude saludar a la multitud, que terminó cantando conmigo a capela “Gaviota que ve a lo lejos vuela muy alto”.

Otro, inolvidable, con nuestro nobel Gabriel García Márquez, cuando él solo, sentado en la parte trasera de su automóvil, me esperó en la entrada del condominio donde me habían hospedado para llevarme a su casa blanca escondida entre las ceibas de un barrio plácido de La Habana.

Y el tercero, haber visto al comandante Fidel Castro a pocos metros, caminando derecho y marcial sobre la alfombra roja que vestía de solemnidad las escaleras del Palacio de la Revolución. Me impresionaron su alta estatura y ese peso en el aura que da el ser una de las figuras más determinantes de la historia del siglo XX. Cuando finalizaron los actos protocolarios y empezaron los saludos, se aproximó al grupo donde estaba yo, y de pronto, como una montaña, me miró desde la cumbre de su leyenda y me dijo: “Niña, no sabes cómo te quiere el pueblo cubano”. En ese momento, el fotógrafo encargado nos pidió un instante para hacer la foto donde, acompañada por el presidente y la primera dama, resulté ubicada entre Gabo y Fidel. Se me mezclaron las mariposas amarillas del uno y el épico pasado del otro, los aguaceros vaporosos del trópico y la sangre y los muertos de la Sierra Maestra, los fusilamientos, la opresión y una santa subiendo al cielo entre sábanas. Todo un mundo de belleza y de horror donde el gran villano por excelencia es, y siempre será, el poder.

Aún quedan restos de aquellos hechizados segundos y esa foto que, quizás con justicia, ha resultado ofensiva para muchos.

Margarita Rosa de Francisco

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