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Ellos

Empezaron a moverse siguiendo los pasos ciegos de su pareja en un acto de confianza total.

Fui con ellos a una discoteca en el corazón de Cali; hacía poco habían celebrado sus 45 años de matrimonio. Sonaba solo salsa dura porque los dueños eran puristas recalcitrantes, nada de vallenatos ni chucuchucus. Era uno de esos lugares de rumba que concentran a los que gozan el baile, pero sobre todo a los que saben bailar. Ahí se conquista bailando y se baila la conquista.
La noche ardía, el DJ había tocado varias tandas infernales de timba cubana que tenían jadeando a los bailantes como caballos montados por Changó. De repente hubo un alto en la desbocada, la pista quedó vacía vibrando a un ritmo más lento; un bolero-cha ondulante llamó, y acudieron solo ellos. Me quedé mirándolos; nunca los había visto bailar despacio. Él puso su mano derecha justo en el arco de la espalda de su compañera y ella, la suya sobre él, donde se juntan cuello y hombro. Muy cerca, el uno frente al otro, pero sin abrazarse, con los ojos cerrados, empezaron a moverse serenamente, íntimamente, sin peripecias, siguiendo los pasos ciegos de su pareja en un acto de confianza total, obedeciendo con suavidad a esa síncopa seductora, ese compás subversivo del son que se encaja en lo oscuro del vientre. Sus movimientos iban configurando una danza añeja marcada por el pulso sosegado de dos organismos que se saben en secreta profundidad y hermetismo. Parecía que llevaran no una, sino muchas vidas dialogando así, en un lenguaje elocuente y carnal, milenario y sofisticado, exclusivo, cargado de claves que se descifran unas a otras en una cadena privada que nadie desde afuera conseguiría identificar, pero sí sentir con la vista, aun por encima de la sobriedad de las posturas y de la delicadeza de la mano que conducía, con un leve aviso de los dedos, a la cintura que los adivinaba.
Cuando dos bailan así, es porque se han olvidado de que están bailando y le han abierto espacio a un histórico torrente de lágrimas, risas, cantos y batallas para que sea toda una vida juntos la que baile por ambos. Paso a paso, los vi inventar un arte nuevo que iba más allá de su coreografía refinada, una técnica mucho más precisa que la exquisita geometría de sus pisadas: el arte de seguirse y producir una sola entidad danzante que esa noche parecía flotar detrás de un cristal impenetrable para los que, como yo, observamos desde el otro lado a esa exótica criatura que eran dos, uno, ellos.
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