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Dilema ético

¿Cómo no preguntarme por la forma como están articulados los poderes hoy en Colombia?

El presidente más remoto en mi recuerdo es Misael Pastrana, y de ahí para adelante, todos los que le siguieron me han parecido uno solo. Después, me di cuenta de que mi ignorancia se trataba más bien de una elemental lucidez. Aun cuando el último proceso de paz significó para muchos de nosotros un milagroso acontecimiento, este ocurrió dentro de un gobierno con los mismos vicios de todos los precedentes. Los ciudadanos hoy contemplamos con desolación la misma barbarie, desigualdad y miseria, ellas sí, muy bien administradas, pues han logrado mantenerlas estables por décadas, siempre en el más cruel de los niveles.
¿Quiénes?
Poco a poco, he ido asomándome con más curiosidad y a medida que abro los ojos siento más indignación, más horror y más ganas de intervenir en la discusión pública. A pesar de que opinar en contra de ciertos temas en un medio ‘oficial’, como este, no es recomendable, cada vez me queda más difícil mirar para otro lado; y ahora con más razón, cuando se acercan las elecciones.
¿Cómo no preguntarme por la forma como están articulados los poderes hoy en Colombia? ¿Cómo hacerme la desentendida cuando, todos los días –por vías alternativas–, periodistas de gran trayectoria y basados en investigaciones muy serias denuncian los alcances de la corrupción empresarial asociada con la política, las autoridades de justicia, el paramilitarismo y el narcotráfico?
¿Cómo no pensar en personas más innombrables que “el innombrable”, dueños de todo el país, que financian las campañas de presidentes como el que hoy nos malgobierna? ¿Cómo no empezar a gritar que no es “el que diga Uribe”, sino el que diga el más innombrable e intocable de todos, ese que alguna vez se ufanó de mandar a confeccionar leyes a su medida? ¿Cómo no asombrarse con el monopolio abusivo del sistema bancario que él ha creado y que denuncian constantemente sus clientes por las redes? ¿Cómo no querer que algún día se desarticule esa ligazón infame entre poder económico y poder político, que fabrica analfabetismo, hambre, enfermedad y violencia en la vida del colombiano olvidado de Dios y del Estado?
Hoy, como nunca antes, creo que debemos –quienes así lo sintamos– hacer pequeños actos éticos, así sea en la privacidad de nuestra casa, así sean simbólicos, como una señal de que todavía algo de dignidad nos queda. El mío es, por lo pronto, haber escrito esto.
Margarita Rosa de Francisco

A Margarita Rosa

Por: Luz Ángela Sarmiento
Directiva de EL TIEMPO Casa Editorial
Los términos de la columna de Margarita Rosa de Francisco son tan injuriosos contra Luis Carlos Sarmiento Angulo, mi padre, y contra este periódico que ameritan una reflexión.
Ciertamente, no es la primera vez que algo así ha sucedido. En el 2012, el entonces columnista José Obdulio Gaviria escribió una columna “alegórica”, que ponía en entredicho el nombre y la honra de Sergio Jaramillo, en esa época alto comisionado para la Paz. Jaramillo, con justa razón, se quejó por la “simple y vulgar difamación”. La Dirección del periódico le pidió una rectificación a Gaviria que él se negó a dar, lo que resultó en su despido.
Y en el 2009, la hoy alcaldesa Claudia López se despachó contra los entonces dueños, y contra el periódico, acusándolos de falta de ética. EL TIEMPO se pronunció concluyendo, “La Dirección de este diario entiende su descalificación... como una carta de renuncia, que acepta de manera inmediata”.
Margarita Rosa expresa: “A pesar de que opinar en contra de ciertos temas en un medio “oficial” como este, no es recomendable...”. Medio “oficial”; “no es recomendable”. Palabras como estas transmiten ideas de confabulaciones y amenazas. Más justo sería que, en lugar de insinuaciones, ella se pronunciara con claridad y exactitud.
Esta columnista, no cuesta reconocerlo, es una pluma suprema. Margarita Rosa escribe como una diosa, con maravilloso estilo y magistral uso de figuras literarias, es un placer leerla. Declara, como solo ella sabe hacerlo, el Sturm und Drang que permea todos sus escritos. Se siente cínica ante toda forma de gobierno en este país desde los años 70 hasta nuestros días. Y anuncia que quiere “intervenir en la discusión pública”. Esa es su opinión, y tiene absoluto derecho a ella.
Pero es inaceptable cuando lanza falsas acusaciones contra mi padre, como “ese que algún día se ufanó de mandar confeccionar leyes a su medida”. Qué fácil es echar aspersiones al viento, hablar de “algún día” ¡sin tener que probar, o seriamente argumentar nada! O cuando habla del “monopolio abusivo del sistema bancario que él ha creado”. Eso tristemente solo demuestra una gran ignorancia de los componentes del sistema bancario en Colombia, de sus regulaciones y funcionamiento. Y cuando dice que “denuncian constantemente sus clientes por las redes”. Nuevamente, desconocimiento del sistema. Los clientes –ni los nuestros ni los de nadie– son prisioneros. Precisamente porque hay competencia, y muy buena, un cliente escoge a dónde lleva sus negocios.
Ese comentario de Margarita Rosa me recuerda cuando alguna influenciadora de Petro, el candidato por quien se ha pronunciado Margarita Rosa, arengó inflamatoriamente en las redes a que los clientes se salieran en masa del Grupo Aval, y eso nunca sucedió. Cada cual escoge a dónde lleva sus negocios.
Todo esto, Margarita Rosa, para decirte que seguirás siendo bienvenida en EL TIEMPO para expresarte libremente mientras estés dispuesta a respetar la honra y el nombre del resto de colombianos. Las difamaciones vulgares no serán toleradas nunca en este periódico.
Luz Ángela Sarmiento
Directiva El Tiempo Casa Editorial
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