¡Hola !, Tu correo ha sido verficado. Ahora puedes elegir los Boletines que quieras recibir con la mejor información.

Bienvenido , has creado tu cuenta en EL TIEMPO. Conoce y personaliza tu perfil.

Hola Clementine el correo baxulaft@gmai.com no ha sido verificado. VERIFICAR CORREO

icon_alerta_verificacion

El correo electrónico de verificación se enviará a

Revisa tu bandeja de entrada y si no, en tu carpeta de correo no deseado.

SI, ENVIAR

Ya tienes una cuenta vinculada a EL TIEMPO, por favor inicia sesión con ella y no te pierdas de todos los beneficios que tenemos para tí.

El burro siempre por delante

Nadie, con o sin pandemia, debería preocuparse por otro si no tiene primero su máscara puesta.

Nos enseñaron que es descortés, incluso gramaticalmente, ponernos a nosotros por delante. Así, si quiero hablar de mí, de él, de los otros, de los de allá y de los de acullá, debería empezar siempre por lo otros y ponerme al final de la lista. Pero disiento, no de la construcción gramatical, que al final es solo una convención, sino de esa costumbre real de ponernos de últimos a la hora de buscar el amor o el bien (que deberían venir siendo la misma cosa). O, incluso peor: de ufanarnos de habernos puesto de últimos y victimizarnos porque creemos que para que los otros estén bien nosotros tenemos que estar mal, o que para amar a otro tenemos que ignorar por completo el amor propio.
No discutiré aquí que el servicio a los demás es el arma más poderosa para salir de cualquier embrollo, por pueril o por grave que sea. Lo que sí me gustaría reevaluar es la idea de que tal servicio es abnegado, completamente desinteresado y casi un sacrificio para quien lo presta. Hasta la madre Teresa de Calcuta buscaba, con hacer el bien, un bien personal –el de ser santa o complacer a su Dios–. Es imposible hacer algo que atente contra nuestro propio bien, porque es inherente al ser humano conservar su integridad individual.
Por eso en mi antiayuda de hoy recomiendo antes que cualquier cosa una pizca de egoísmo. Y soy muy clara con la cantidad, porque una pizca es una pizca, no dos pizcas ni una cucharadita. Tal cual como sugieren en los aviones, cuando explican lo que debe hacerse cuando caigan las máscaras de oxígeno, yo sugiero que todos nos pongamos nuestra propia máscara antes de asistir a otros, porque a estas alturas del confinamiento todos podemos estar sufriendo de una hipoxia figurada, como si nuestros espacios vitales estuvieran despresurizados y nos faltara el oxígeno.
Nadie, con o sin pandemia, debería preocuparse por otro ser humano si no tiene primero su máscara puesta y está respirando bien, porque la falta de oxígeno no solo genera efectos en la respiración, sino que también compromete las funciones intelectuales como primer síntoma, por lo cual no tenemos la capacidad para comportarnos con normalidad, nuestro pensamiento se hace lento; el cálculo, impreciso; el juicio, pobre; la memoria, incierta, y el tiempo de reacción, retardado.
Olvidémonos de la abnegación, de ese servicio desinteresado que no existe, y llevemos el egoísmo a sus justas proporciones, que son, en últimas, las condiciones básicas que cada uno necesita para estar en su indumento, con los cinco sentidos alertas y prestos a poner todo ese bienestar al servicio de los otros. No seamos los sacrificados, no nos victimicemos al ayudar. Esa visión judeo-cristiana de que toca sufrir para complacer a los demás es muy contraproducente y a quienes más daño nos ha hecho es a las mujeres, que durante siglos fuimos enseñadas a tragar entero y a comer calladas para que no nos dejara el macho proveedor.
Sin duda habrá que ceder y volver a la premisa de que nuestros derechos llegan hasta donde colindan con los de los demás, pero a mí me gusta creer que esa frontera no es una línea inamovible, sino una intersección en la cual el uno y el otro se ven beneficiados y en donde se puede coexistir sin que nadie se sacrifique. Por eso pregono que busquemos nuestro centro cuando estemos exhaustos o nos falte el aire. Que también los adultos nos llevemos a un rincón de nuestro hogar a respirar en silencio cuando nos dé la pataleta (que nos da, mucho más seguido de lo que quisiéramos aceptar) y que, luego de habernos puesto nuestra máscara, volvamos al espacio común en donde podemos ahí sí ser de ayuda para los otros. Primero yo; segundo, los otros. Lo que quede, lo repartimos equitativamente.
Margarita Posada J.
Autora de Las muertes chiquitas
@SrtaBovary
icono el tiempo

DESCARGA LA APP EL TIEMPO

Personaliza, descubre e informate.

Nuestro mundo

COlombiaInternacional
BOGOTÁMedellínCALIBARRANQUILLAMÁS CIUDADES
LATINOAMÉRICAVENEZUELAEEUU Y CANADÁEUROPAÁFRICAMEDIO ORIENTEASIAOTRAS REGIONES
horóscopo

Horóscopo

Encuentra acá todos los signos del zodiaco. Tenemos para ti consejos de amor, finanzas y muchas cosas más.

Crucigrama

Crucigrama

Pon a prueba tus conocimientos con el crucigrama de EL TIEMPO

Más de Redacción