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Vivir en el Antropoceno

Nos encontramos mucho más allá de una crisis climática.

Año tras año se han venido agudizando diversos fenómenos climáticos. Es justamente lo ocurrido en los recientes meses de junio y julio.
El domo de calor que cubrió gran parte del oeste de Canadá y Estados Unidos batió 103 récords en Columbia Británica, Alberta, Yukón y los territorios del noroeste el 29 de junio. En esta área hubo cientos de muertes más de lo habitual. La temperatura llegó a 49,6 °C en la población de Lytton, Columbia Británica. Por segundo año consecutivo el Death Valley, en California, ha establecido un récord mundial de la temperatura más caliente medida de manera confiable en la historia de la Tierra, con 54,4 °C. A 26 de julio, los incendios forestales ya habían arrasado más de 185.000 hectáreas de bosques en California. Si bien estos incendios han sido un fenómeno natural en el estado, se estima que la duración de su temporada ha aumentado en 75 días y la intensidad del calor se ha incrementado.
A mediados de julio llovió torrencialmente en Bélgica, Alemania y Holanda, produciendo inundaciones sin antecedentes, también con un saldo de cientos de muertes y enormes daños a las viviendas y la infraestructura. Como lo observó un cronista de las ciencias del medioambiente, “los principales científicos del clima han admitido que no pudieron predecir la intensidad de las inundaciones alemanas y el domo de calor de América del Norte. Ellos han advertido correctamente durante décadas que el cambio climático traería peores ráfagas de lluvia y olas de calor más dañinas” (Harrabin, 2021).
A mediados de julio de 2012 se presentaron lluvias torrenciales en la provincia de Henan (China) que afectaron a más de doce ciudades. El 20 de julio, en su capital, Zhengzhou, llovió el equivalente a la precipitación promedio anual, 624 mm, y un tercio de esa cantidad cayó en una hora, entre las cuatro y las cinco de la tarde. Doscientos mil habitantes fueron evacuados de diferentes lugares de la provincia en cuestión de horas.
Nos encontramos mucho más allá de una crisis climática. Cuando nos enfrentamos a una crisis se supone que contamos con los medios para resolverla, lo que significa lograr un nuevo estado de estabilidad o recuperar el que se había perdido. Pero estos dos caminos ya no son posibles en el caso de la emergencia climática. Si hoy se dejara de emitir dióxido de carbono por la quema de combustibles fósiles, la deforestación, etc., este no sería el final de la historia. Hay un retraso en el aumento de la temperatura del aire a medida que la atmósfera se pone al día con todo el calor que la Tierra ha acumulado. Los científicos plantean la hipótesis de que después de unas décadas el clima se estabilizaría a una temperatura más alta de lo que era normal durante miles de años.
Obviamente, este escenario hipotético de dejar de emitir gases de efecto invernadero en el corto plazo no tiene ninguna viabilidad. Y lo más grave es que el escenario más probable es que se supere el límite de 1,5 °C de incremento de la temperatura en relación con la era preindustrial, lo que, según la ciencia, intensificaría los eventos extremos y su frecuencia y podría llegar a generar catástrofes. La apuesta de hoy es buscar por todos los medios que la temperatura no se incremente mucho más allá de aquel límite de 1,5 °C y la de generar estrategias para convivir con eventos climáticos cada vez más agudos.
Lo fundamental es reconocer que vivimos en un mundo que desde la perspectiva ecológica es radicalmente diferente al que habitaron las 500 generaciones que nos antecedieron durante la época del Holoceno. Es una diferencia que está también marcada por la extinción masiva de especies en curso –la sexta en la historia del planeta–, un fenómeno interrelacionado con el cambio climático que pone en riesgo la seguridad alimentaria y es una de las causas del surgimiento de la pandemia de covid-19. No existe camino distinto que aprender a transitar por las inciertas y arriesgadas aguas del Antropoceno, nueva época geológica producto de la acción humana.
MANUEL RODRÍGUEZ BECERRA
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