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Una buena noticia

El medioambiente ingresó con fuerza a la campaña presidencial.

El medioambiente ingresó con fuerza a la campaña presidencial. Según la Gran Encuesta (RCN, La FM Radio), para los potenciales electores es el cuarto tema más importante para tomar la decisión sobre el candidato presidencial por el cual votar, después del empleo, la salud y la seguridad.
Todos los candidatos dedican una parte sustantiva de su programa al medioambiente. Iván Duque lo formula formalmente en unas pocas líneas, como lo hace con otros asuntos, y ha optado por darle su contenido en los debates; pero parecería preferir no crear mayores olas sobre lo ambiental, una cuestión a la que los dos gobiernos del presidente Uribe le otorgaron poca prioridad, para decir lo menos. En contraste, el de Fajardo ocupa 38 páginas, siendo el más extenso y comprehensivo de todos los programas ambientales presentados por los candidatos. Tiene como uno de sus fundamentos centrales el fortalecimiento de la educación y la investigación, como se expresa, por ejemplo, en el caso de la agricultura. La necesaria diversificación de la actividad económica hacia el campo, afirma con razón Fajardo, requiere un desarrollo científico y tecnológico que la haga a un mismo tiempo más productiva, competitiva y amigable con el medioambiente.
A su vez, la propuesta ambiental de Humberto de la Calle, tempranamente presentada en su campaña, tiene también una excelente factura, que se articula con claridad alrededor del eje del agua.
Petro es, quizá, el candidato que, en sus intervenciones, más tiempo ha dedicado a la problemática ambiental y sus posibles soluciones. No soy petrista, votaré por Fajardo, pero ello no me impide reconocer que sus planteamientos recuerdan los que hizo en la Alcaldía de Bogotá, articulados con lucidez en el eje del cambio climático. Fue un programa ambiental para una ciudad del siglo XXI en contraste con el del alcalde Enrique Peñalosa, que da grima por sus atrasadas concepciones. Lo malo del gobierno de Petro en la capital fue la deficiente ejecución de su programa ambiental, como le ocurrió en otras áreas. Y lo terrible del actual programa ambiental de Peñalosa en Bogotá es que parecería que lo va a poder implementar, bajo los claros auspicios de los concejales de Cambio Radical, el partido de ‘la U’ y el Partido Conservador, justamente los partidos que intentan colocar a Germán Vargas Lleras en el solio presidencial.
Ni tonto ni perezoso, Vargas Lleras, el gran elector de Peñalosa, ha buscado distanciarse en su discurso de las ejecutorias de su patrocinado, pues no quiere cargar con el pesado fardo de su inmensa impopularidad. Es una impopularidad que incluye, entre otras cosas, el intento de Peñalosa de urbanizar la Reserva van der Hammen. No obstante, Vargas Lleras ha permanecido, hasta la fecha, silencioso sobre el particular, en contraste con De la Calle, Fajardo y Petro, que han sido explícitos en rechazar la propuesta presentada recientemente por Peñalosa al considerar que desvirtúa del todo la esencia de la reserva creada en el año 2000. Estos tres candidatos saben muy bien que se trata de un tema ineludible de enfrentar en la campaña presidencial, toda vez que la reserva se creó por mandato del Gobierno Nacional, siendo la principal decisión que ha tomado el Ministerio de Ambiente sobre la ciudad en su historia.
Una de las prioridades de Vargas Lleras es la de reformar el licenciamiento ambiental. Qué susto: no se nos olvidan las alusiones que hizo como vicepresidente sobre lo ambiental, las consultas populares y la consulta previa como obstáculos del desarrollo. Cogió estos asuntos a coscorrones. Pero esto no le ha impedido hacer también, desde la formalidad de un texto bien editado de su programa ambiental, algunas propuestas positivas, como las han hecho, sin excepción, todos los candidatos, incluyendo a Viviane Morales. Por fin, la protección de nuestra gran riqueza en biodiversidad y agua entró en los debates presidenciales. Esa es la buena noticia.
MANUEL RODRÍGUEZ BECERRA
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