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El mundo de Sofía

Los únicos que nos pueden salvar, no de esta catástrofe sino de todas, son ellos.

Cuando nacieron los jóvenes que hoy tienen 20 años empezó a considerarse la idea de que el progreso prometido no sería cosa fácil de alcanzar. Supimos que la crisis había sido causada por la especie humana. Algunos aventuraron la hipótesis de que la nuestra no era simplemente una especie suicida, sino homicida. Plantearon que nos correspondía el dudoso honor de haber creado una nueva era geológica: el Antropoceno. Cuando entraron a la universidad les explicaron que los más civilizados del siglo XIX inventaron una economía basada en libertades. Que nos haría felices cultivando el crecimiento. Pero olvidaron decirles que esta había sido diseñada sobre una trampa: la mano invisible de los mercados. Les dijeron que todo estaba bien, y que si alguna falla había en el clima, en la equidad y en la distribución de la riqueza de las naciones, el mercado lo arreglaría, pues su poder es omnipotente. Casi como el de Dios. No les contaron que la del clima es la crisis mayor, que la temperatura aumentó y mata gente. Que en 2003 se murieron 35.000 personas de calor en Europa, y que entre 1970 y 2019 se produjeron más de 11.000 desastres. A los muchachos y a las muchachas que hoy tienen 20 años, y que, por lo tanto, van a estrenar voto el domingo, nadie les dijo que hace apenas tres días se murieron 400 vacas en Kansas debido a que la temperatura alcanzó los 50 °C. Cuando les pedimos que salgan a votar para que salven la democracia, tal vez sonreirán no muy felices. En las universidades no les enseñan que el mundo al que llegaron no es el mejor que ha habido. Que todo indica que puede ser peor. No se lo dicen, pero ellos lo saben. Han tenido que vivir más para defenderse que para aprender. Conocen las trampas y las sufren. Saben que cuando les dicen que la economía está bien solo porque va creciendo les ofrecen un dulce envenenado. Por eso la reflexión de Sofía Petro me hizo acordar de una recomendación que les hizo Antonio Elizalde: cultiven la ética de la indignación. Antes fue Greta en Suecia, y hay miles en todo el mundo. Es verdad que no tenemos autoridad para pedirles que vayan a votar, pero también que los únicos que nos pueden salvar, no de esta catástrofe sino de todas, son ellos. Y muy especialmente, ellas. Por eso me atrevo a pedirles que, a pesar de nosotros, salgan el domingo a votar, ojalá muy temprano, por si acaso llueve.
MANUEL GUZMÁN HENNESSEY
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