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¡A por el mar!

Transgredir los límites de manera tan evidente no habla bien de la inteligencia colectiva.

Llevo años preguntándome adónde poner el énfasis de mis clases en la universidad. Cuando encontré que lo primero era decir que habíamos perdido el rumbo del progreso y que avanzábamos a gran velocidad hacia un despeñadero inédito, escribí un libro (La armonía que perdimos, 2021) que, de alguna manera, recapitula esta búsqueda.
Ahora bien, ¿por qué ocurrió todo esto? ¿Cuándo perdimos el rumbo del progreso? ¿Pudo ser de otra manera? Sí. Cuando entendí que no había más responsables que nosotros, léase el hombre del siglo XX, los que pisamos a fondo el acelerador hasta el despeñadero, entonces empecé a pensar en serio en una frase que dicen los argentinos (ahora creo que más en serio que en broma): ‘¡Estamos todos locos!’.
Los Meadows, Randers y Beh-rens escribieron un mismo libro tres veces para que entendiéramos que no podíamos superar los límites. 1972, 1992 y 2002: ¡tres veces! No entendimos. Prevalidos de una soberbia suicida, mantuvimos la equivocada idea de que el desarrollo era exclusivamente para el crecimiento y de que el progreso había que medirlo solo en términos de crecimiento y no de felicidad colectiva. Si una pandemia global no ha sido suficiente para que entendamos esta sencilla verdad, quiere decir no que carezcamos de la inteligencia necesaria para entender, sino que sabiendo bien lo que nos espera preferimos ignorarla debido a que ello nos permite cierto margen de maniobra en la comodidad de nuestras cortas vidas. Que el problema será para los que vienen no parece importarnos. Civilización suicida y homicida, eso somos. Transgredir los límites de manera tan evidente no habla bien de la inteligencia colectiva. Para el ejemplo que voy a poner no me alcanza esta columna. Escribiré otro libro.
Resulta que a unos señores se les ocurrió que había que hacer minería submarina. Sacar del fondo del mar cosas como lantánidos, cobalto, telurio y manganeso. ¿Para qué? Para ayudar a descarbonizar (¡háganme el favor!) con esos materiales. ¿Y los corales, la vida marina? No importan. La compañía Nautilus Minerals fue la de la idea y empezó en Papúa Nueva Guinea. La gente se opuso, naturalmente, y Nautilus quebró en 2019. ¿Conjurada la locura? No, señores. Habrá otros que insistan, como en el fracking: ¡A por el mar y por la Tierra! Que para eso tenemos máquinas, tecnología, progreso.
Otrosí. Bienvenido, Andrés Mompotes, al comando de EL TIEMPO, nos llevará a buen puerto.
Manuel Guzmán Hennessey
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