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¿Y somos los más felices?

¿Cómo podemos serlo, cuando cada día nos estremece un acto brutal de violencia?

Luis Noé Ochoa
En este país hay cada vez menos de qué reírse, aunque arranca en serio la campaña electoral y vuelven los políticos saludadores y sonrientes, con simpáticas promesas. Escucharemos otra vez frases como ‘en mi gobierno habrá cero corrupción’, ‘acabaremos con la pobreza’, ‘habrá empleo para todos’, ‘habrá austeridad’, ‘acabaré los cultivos de coca’. Todo esto suena a ‘pavimentaré el río Magdalena’, o ‘a Maduro le quedan pocas horas’.
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Algunos cumplen. Creo que Peñalosa dijo un día que Bogotá sería una ciudad con las 4 estaciones. Ahí tenemos TransMilenio, que es bueno pero lo han dejado deteriorar, y a los vándalos no les gustan las estaciones. Los políticos tienen salidas geniales. Alguno iba a sembrar cebolla en los separadores en Bogotá porque la cebolla es buena para la circulación.
Pero digo que cada vez hay menos motivos para reír, así haya campaña política. Aquí la que ríe es la muerte, que anda invitando a las demás muertes a mover el esqueleto. Y lo grave y triste es que nos acostumbramos a que la muerte violenta sea natural. Yo no sé si uno de los mejores chistes es decir que somos el país más feliz del mundo, cuando cada día nos estremece un acto brutal de violencia.
Esta semana que termina vivimos ese caso estremecedor de la confesión de Jhonier Leal, quien aceptó cargos de ser el autor del doble homicidio de su propia madre, Marleny Hernández, y de su hermano, el estilista Mauricio Leal. Un hecho horrendo, premeditado, que se volvió mediático, una especie de novela de terror, con no poco morbo.

Si yo fuera el próximo presidente, me preocuparía para que haya justicia rápida, como en el caso de Jhonier, en todos los crímenes, mediáticos o no.

Todo, triste e increíble. No entiende uno cómo alguien es capaz de asesinar al ser que le dio la vida, lo arrulló, lo llevó de la mano al jardín y al colegio, lo amó; cómo alguien asesina al hermano de juegos y de sueños, al que uno suele defender con su propia vida. ¿El dinero, la envidia, los celos?
Esta semana también vimos que, en Cauca, hombres armados asesinaron al guardia indígena estudiantil David Cucuñame López, de solo 14 años. Lo perdió su familia. Lo perdimos todos, su tierra y sus montañas y sus aguas, que él defendía. Lo perdieron miles de plantas de un semillero que él tenía para irse a reforestar. Pero David será noticia de pocos, porque aquí una lápida la cubre la siguiente.
¿Recuerdan que hace 18 días un padrastro celoso se levantó a las 3 de la mañana, cuando un niño de 8 años tal vez soñaba con ser jugador de la Selección, y lo asesinó por celos con la madre del niño?
Y ayer amanecimos con que en Bosa, en el sur de Bogotá, al parecer, un joven de 26 años mató a piedra empuñada y con toda brutalidad a su madre, con quien discutió. Y también mató con el mismo elemento a su mascota.
Si yo fuera el próximo presidente, me preocuparía para que haya justicia rápida, como en el caso de Jhonier, en todos los crímenes, mediáticos o no. Y haría todo lo humanamente posible para que no ocurran, para que haya salud mental a todo nivel social, como política de Estado. Me preocuparía mucho por la familia de puertas para adentro, haría campañas de respeto por la vida. Es decir, por menos violencia, que es menos dolor. Salud mental y deporte tienen que ser la prioridad. ¿Qué dicen, candidatos? ¿Será que alguno da con el chiste?

Adiós a un amigo

A propósito de dolor, la señora muerte sigue con su crueldad. Esta semana se llevó a un amigo entrañable, Miguel Ángel Fernández, quien fue contador respetable, al tiempo que amante del campo y toda su vida estuvo preocupado por hacer proyectos para recuperarlo. Fue un hombre servicial, afectivo, que salía al camino veredal a estrechar la mano y a ofrecer un jugo. Hay desolación. Tanta que hasta las aves que lo vieron caminar muchas mañanas y tardes debieron hacer un día de silencio. Paz en su tumba, y consuelo a los suyos.
LUIS NOÉ OCHOA
luioch@eltiempo.com
Luis Noé Ochoa
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