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Todos somos barras bravas

¿Será que los partidos son el reflejo de la política y de la sociedad?

Luis Noé Ochoa
Ir al estadio Nemesio Camacho El Campín fue una tradición familiar hace décadas. Las dos hinchadas se sentaban con respeto a ver un clásico entre Millonarios y Santa Fe, y después del partido salían todos, sin peleas, y se subían al mismo bus. Y se jugaba buen fútbol. Eso lo cuentan los mayores a los de la generación ‘transmilennial’.
El martes pasado, acompañado de mi hijo, volvimos a El Campín a ver Millos-Santa Fe. A la entrada, un tumulto apretado en el que comenzó el toque toque. Así íbamos todos, hombre con hombre, pero unas mujeres parecían equivocadas de fila. Una de ellas me tocaba el bolsillo, cerca del área de candela. “El celular está más adelantico”, le dije. Y nos dimos codo, como en un tiro de esquina.
Cuando logramos pasar, se empezaron a escuchar los primeros ‘¡h. p.!’. Un muchacho, tipo sub-17, pateaba al aire, pues le habían robado el celu.
Vamos, vamos, Millos, y con esa ilusión que nunca se apaga asomamos a la cancha. Es increíble. Con lo mal que juegan los equipos, que no hacen tres o cuatro toques seguidos, pues tocan más los ladrones afuera, aún hay hinchada fiel. Casi se llena el estadio. Eso tienen que entenderlo y valorarlo los equipos y los técnicos, porque ahora se busca más no dejar jugar, antes que ser leales y crear espectáculo con jugadas bellas y goles, que es el objetivo del jueguito.

¿Será El Campín un termómetro de la sociedad de hoy? Entonces es urgente que se reúnan los dirigentes nacionales para que pacten juego limpio, señores.

¿Será que los partidos son el reflejo de la política y de la sociedad? ¿Habrán hecho tanto daño ese largo ‘picadito’ de las polarizaciones de los grandes dirigentes nacionales, que casi se patean las pelotas, y la violencia de la droga y las guerrillas? ¿Será esta una sociedad dividida e irreconciliable? En las tribunas de El Campín hay odio hacia el contrario o la camiseta rival. La palabra ‘h. p.’ es la más usada en el estadio. Si esta tocara pagarla, con eso se podría hacer el metro. Se pronuncia más que ‘balón’ o que ‘gol’. Bueno, es que gol no hay. Y olía a dosis mínima.
Allí hay millares de hinchas serios y tranquilos. Padres e hijos, esposos, novios. Pero nada indica que un día nos podamos sentar juntos los de las dos camisetas. Los cánticos no dan esperanza. Por ejemplo: “Hay que saltar, hay que saltar, el que no salte es una pu... cardenal”. Me tocó saltar. Temblaba el estadio.
Pensaba yo si esos barristas que vi serían los mismos de las redes sociales que no leen bien, o no saben o no entienden ni debaten con altura, sino que insultan por costumbre, como si la opinión ajena fuera un gol de túnel para ellos. No dan rabia, sino tristeza.
Así pasó el clásico, sin goles, definido por penaltis. Eso sí, emocionantes. Muchos oraban, otros se tapaban la cara o besaban la camiseta. Yo miraba al cielo, hasta que de golpe vi pasar el balón que tiró Gabriel Hauche a Tunja. Se perdió. Y todos, a correr, casi en silencio; media hora después saldrían los de la otra camiseta, y no se podían encontrar. De todos modos, algunos hinchas de ambos equipos se vieron y se querían dar en la cara, maricas, a piedra, como dijo el ex. Y destrozaron articulados.
¿Será El Campín un termómetro de la sociedad de hoy? Entonces es urgente que se reúnan los dirigentes nacionales para que pacten juego limpio, señores. Lo mismo los del fútbol, directores y técnicos, para que haya un pacto de buen fútbol, de creación y no de destrucción ni marrullas. Si siguen en esta pedrea nacional desde el Congreso, desde los partidos (políticos), desde el Legislativo, desde el celular, crearían más barras bravas y nunca nos podríamos sentar en paz ni a ver fútbol. Qué tristeza.
Pensaba en eso cuando me encontré en la puerta del periódico a Miguel Ángel Converti, el ‘Ringo’, extraordinario jugador de Millonarios del 77, cuando se jugaba con pasión y belleza y se hacían muchos goles. Me dio un abrazo, y eso fue como ganar la Suramericana. Es que los ídolos nobles, los que se hicieron grandes a puro juego, transmiten gratitud y admiración.
LUIS NOÉ OCHOA
luioch@eltiempo.com.co
Luis Noé Ochoa
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