Esta semana empezó realmente el año. Se notaba en Bogotá, donde volvieron los viajeros con sus millares de carros, se llenaron las calles, empezaron los trancones, subió el ruido, subieron los precios, aumentó el esmog, regresaron los malabaristas a los semáforos, los que piden usando niños; comenzaron las filas, inclusive para la Presidencia.
Se acabó el último puente. Que fue luctuoso, porque otro puente, viejo, de tablas, en la vereda El Carmen, cerca de Villavicencio, colapsó, y siete personas murieron al caer al vacío. Dios las haya recibido en el cielo. Y que no caigan al vacío ni al olvido también las responsabilidades, porque había alertas, pero aquí muchas veces las autoridades están de puente...
El hecho es que, con los dramas dolorosos, que no faltan en las festividades de fin de año, millones regresaron bronceados, casi tono Obama, y pelados en la piel y en el bolsillo, a sus oficinas y trabajos; ‘quihubo, pez’, como se dice que saludan los de la Secretaría de Ambiente en Bogotá, que echaron las redes en el centro comercial Atlantis y les aplicaron la eutanasia a 40 especies exóticas, que no regresarán nunca a su hábitat.
Se dice que el cirujano, el payaso, el mandarín y otros que hacían burbujas de amor eran un peligro para la sociedad animal nativa. Verdad, y los de Ambiente debían actuar; pero ¿no era mejor llevarlos a acuarios seguros, adaptados, donde los recibían? Ahora se dice que un pescado perezoso, el pez tañante, le decía a otro: “La vida no vale, nada...”. Y nadó, pero lo alcanzaron. En pez descansen.
Pero a lo que quiero referirme es a la vida humana en este acuario nacional, que a veces vale menos que la de un pavo en diciembre. O la de un pez exótico en Bogotá. Y en lo terriblemente dolorosas que son las pérdidas de seres queridos, más cuando se los llevan y no se vuelve a saber de ellos.
Pensaba, al ver regresar a tantos turistas alegres, en la noticia de este 10 de enero, que ya no es azul como los viejos eneros, de que el conflicto armado en Colombia, según datos del Centro Nacional de Memoria Histórica, ha dejado 60.000 desaparecidos. ¡Qué horror! Más los seis millones que no pudieron volver a sus tierras.
Esos hogares viven la desgracia de la incertidumbre y el dolor, el desespero, humedeciendo con lágrimas la resequedad del alma. Porque un ser querido, un hijo, los padres, un hermano se lloran siempre, más cuando no se han podido cerrar sus tumbas. Estos 60.000 dolorosos azotes de los paramilitares, de los ‘falsos positivos’, de las Farc, del Eln, más los de los 220.000, que, se dice, son los muertos que ha dejado el conflicto, hacen de Colombia un país en luto, resentido, lleno de miedos.
Ese es el país que tenemos que cambiar entre todos, sabiendo entender y valorar las prioridades. Por eso es tan importante que este proceso con las Farc no fracase, porque necesitamos que haya verdad, justicia y reparación. Y que no nos sigamos matando. Y a eso se llega con las voluntades tomadas de las manos.
Nunca se me olvida el caso de Ramiro Carranza, y me repetía siempre ese “Salvo mi corazón, todo está bien”, que dijo su padre, el gran poeta Eduardo Carranza. ¿Dónde está Ramiro, secuestrado por las Farc en el 2001, cuando apagaron la alegría de su hermana María Mercedes? ¿Y dónde están los 59.999 más? Por ellos, en su memoria, y por los que hoy crecen aquí, Farc, Eln, todos, echemos a andar la paz. No hagamos escándalos tontos por un baile en Conejo que fue más bien acercamiento y confianza.
Hay muchas cosas más para atacar, como la corrupción, que se sigue destapando, así se diga que fue a sus espaldas, “traicionó mi confianza”, senador Uribe. Súbase al barco de la paz, porque salvo 300.000 corazones, todo está bien.
Luis Noé Ochoa
luioch@eltiempo.com
Salvo los desaparecidos...
Por las víctimas, es tan importante que este proceso con las Farc no fracase, porque necesitamos que haya verdad, justicia y reparación.
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