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Qué triste quedó mi rancho

Rodrigo Silva fue un genial cantante y compositor, opita y del Tolima Grande.

Luis Noé Ochoa
Por divertido y puntual, / el tema de hoy sería / que un chandus de cacería / cazó a un vicefiscal. Sí, señores. Podría tratar el caso de la mordida del perro Fiscalai al exvicefiscal anticorrupción Luis Gustavo Moreno, preso en La Picota por corrupción. Y les cuento que si le están aplicando la antirrábica alrededor del ombligo –a Moreno, no al perro–, esa duele como un desfalco. Se dice que el perro tenía rabia. Todo el país la tiene con Moreno y con el ‘cartel de la toga’, pues les han pegado el mordisco a nuestros impuestos. Que la justicia les meta el diente.
Pero hoy quiero hablar de un personaje, él sí bueno, ejemplar, valiente y querido por los colombianos. Hablo de Rodrigo Silva, quien a sus 72 años acaba de partir a cantar en los escenarios celestiales. Silva fue un genial cantante y compositor, opita y del Tolima Grande. O, mejor, de Colombia toda y del mundo, porque los artistas como él son universales.
Con Álvaro Villalba conformaron uno de los duetos de música colombiana más famosos de nuestra historia y cantaron por más de medio siglo. Los vi un día en la Dirección de este diario, donde, entre otros temas, ejecutaron esa hermosa canción de Pedro J. Ramos 'Ojalá no crecieras', dedicada a una niña que llega a la vida: “Qué poquito hace, te arrullé en mis brazos / cuando iluminaste aquel amanecer / con el primer grito, que anegó tus ojos / y le dio a mi vida la razón de ser. / No sabías entonces que ese tierno llanto / es solo el primero y el menos amargo / de los que el destino nos hace verter. Cuánto diera por que no crecieras, / por que fuera eterna tu dulce niñez, / por que la sonrisa que tienen tus labios / nunca conociera tantos desengaños que saben a hiel”.

No es la misma Colombia. Aquí escribo llorando, como el abuelo, por Rodrigo Silva, porque en este país no sabemos enaltecer ni respetar a nuestras glorias.

El director de entonces, don Hernando Santos, otro ser grande e inolvidable, dijo: “Son maravillosos”. Y elogió la letra.
Es que esas letras son poemas, como la de 'A quién engañas, abuelo', de Arnulfo Briceño: “A quién engañas, abuelo, yo sé que tú estás llorando / ende que taita y que mama / arriba tan descansando. / Nunca me dijiste cómo, / tampoco me has dicho cuándo, / pero en el cerro hay dos cruces / que te lo están recordando”. O 'Mi viejo Tolima', una de las consagratorias de Rodrigo Silva. Son composiciones, no todas de ellos, que cantaron y divulgaron y popularizaron y amaron.
Son bellas, con sentido y mensaje, como 'Pueblito viejo', 'Las acacias', 'Los cisnes', 'Pescador, lucero y río' o 'El rey pobre', de Jorge Velosa, otro genio de nuestra música, como José Barros, como Jorge Villamil, como José A. Morales, como Escalona.
Estas letras son vivencias, historia de Colombia. Cantemos, lectores, un pedacito de 'Mi viejo Tolima': “Qué triste quedó mi rancho / y abandonado, / porque tuve con mi negra / que irme de allí. / Quedó mi trapiche solo, / todo acabado, / ya no es la misma tierra / que conocí.”
Ya no. No es la misma Colombia. Aquí escribo llorando, como el abuelo, por Rodrigo Silva, porque en este país no sabemos enaltecer ni respetar a nuestras glorias; lloro porque nuestra hermosa y auténtica música se va con ellas en el mismo ataúd. Y porque ya casi no hay inspiración ni mística al componer, ni respeto.
De golpe sí se hacen canciones dedicadas, por ejemplo, a los políticos corruptos y a los contratistas, a los mordidos por los perros: “Esta noche doy serrucho, serrucho, serrucho”. O una maluca de Maluma: “Estoy enamorado de cuatro babies, / siempre me dan lo que quiero, / chingan cuando yo les digo. / Ninguna me pone pero”. ¡Qué belleza!
Vuelvo a llorar, como los guaduales. No solo por estas letras, sino porque el país debería hacer mucho más por los grandes artistas nuestros, los que triunfaron sin las redes, a pulso, por su voz y por las canciones. Cuánto diera por que no se fueran...
LUIS NOÉ OCHOA
luioch@eltiempo.com.co
Luis Noé Ochoa
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