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Ni Macías ni mesías

El Presidente tendrá escuchar sobre todo a su conciencia, sin dejarse azuzar por otros.

Luis Noé Ochoa
No estuvo muy de buenas el presidente Iván Duque la tarde de su posesión presidencial, bajo un cielo encapotado. Había un ventarrón que despeinaba hasta a los calvos; llovió, y se mojaron los cuerpecitos diplomáticos y demás invitados, muy tiesos y muy majos. Así que, seguramente, el nuevo gobierno entró resfriado. Imagino que por eso, una querida vigilante dijo que en los cambios de gobierno entra mucha gente nueva, pero todos con alta ‘influenza’.
El miércoles, muchos asistentes carraspeaban. Y no tanto por la ‘influenza’, sino por el penoso discurso del presidente del Congreso, Ernesto Macías. De tono muy distinto al de la alocución presidencial, el de Macías, ¿o del mesías?, fue un chaparrón de agua sucia contra el mandatario saliente, sin reconocer en absoluto algo de la obra de Santos, con tanto que tiene de positivo: la paz con las Farc y miles de vidas salvadas; obras de infraestructura por todos lados, que va a inaugurar Duque; turismo, educación –40.000 estudiantes de estratos uno y dos en las mejores universidades–; 1,5 millones de hogares con vivienda propia, la mitad gratis o subsidiadas; miles de familias cocaleras en el plan de sustitución, más de 230 municipios libres de minas antipersonas; ha aumentado la clase media, que ha dejado la media rota; este es un país con respetabilidad internacional, alto turismo, economía estable. Nada vio el senador.
El señor Macías sabrá en su conciencia que fue injusto. Seguramente dijo lo que dijo por mala ‘influenza’; y, de paso, fue un nubarrón que opacó la buena alocución de Duque. ¿Eso es lo que llaman fuego amigo? ¿O esto va a ser corderos en Palacio y lobos en Senado? Y fue un discurso contra Colombia que bien pudo ser pronunciado por Maduro. A Macías le faltó decir: ‘Deja Santos un país en manos del Centro Democrático’. Pero le dieron en la vena del gustico. Al senador Macías hay que felicitarlo, dijo Uribe.

El señor Macías sabrá en su conciencia que fue injusto. Seguramente dijo lo que dijo por mala ‘influenza’; y, de paso, fue un nubarrón que opacó la buena alocución de Duque.

Pero el importante aquí es Duque, quien tuvo altura en su discurso, un poco largo, tal vez pensando en hacer olvidar la perorata, o ‘perolata’, anterior. Mas sin virulencia ni revanchismo, en tono conciliador, reafirmando sus propuestas, llamando a un pacto por Colombia.
Claro, no se pueden desconocer los problemas del país. No estamos en el paraíso. Hay corrupción, coca; y detrás, las bandas y guerrillas, y por eso hay inseguridad. Imagina uno que el Eln, por ejemplo, le va a medir el aceite al Presidente... Ya secuestró, en este gobierno, a otros tres militares. Este es uno de los retos grandes de Duque, que estará entre varios fuegos. Si negocia, ya sabemos que los amigos le dirían traidor, de mano blandengue. Y cuidado, pues los rescates a sangre y fuego no salen bien...
Aquí hay que pedirle al Eln que no cometa torpezas, que respete la vida y los derechos humanos de los militares y civiles en su poder. Que los libere. Son colombianos sencillos y valiosos. Con el secuestro solo logran hacerse odiar más del pueblo y darles razones a los guerreristas.
Según los primeros vientos, el gobierno Duque cumplirá su palabra de no hacer trizas la paz. Eso es positivo. Ya la vicepresidenta, Marta Lucía Ramírez, según le dijo a su equipo, va a trabajar en temas del posconflicto. Hay mucho por hacer. El Instituto Kroc –ojo, no Crocs–, que evalúa la marcha de los acuerdos, dijo que el 61 por ciento de las 578 disposiciones del acuerdo para consolidar la paz han avanzado, pero estamos rezagados en sustitución y desarrollo rural. Ahí toca trabajar con fuerza.
Lo clave es darle en el coco a la coca. El Presidente tendrá que reforzar la erradicación y la sustitución. Y escuchar sobre todo a su conciencia, sin dejarse azuzar por los mesías ni de los Macías.
LUIS NOÉ OCHOA
luioch@eltiempo.com
Luis Noé Ochoa
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