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El milagro en la selva

Lo que era una noticia mundial, duró unas horas por la aparición de Aida Merlano.

Luis Noé Ochoa
Hace años que vivimos todos los días violencia, muertes y más muertes. Según Indepaz, en enero fueron asesinados 27 líderes sociales. Ante esta tragedia, a veces le da a uno la impresión de que poco a poco hemos ido perdiendo el sentido humano.
La semana que muere –digo, que termina– conocimos una noticia que estremece. La señora María Oliva Pérez, una mujer de 40 años que vive en Puerto Leguízamo, Putumayo, apareció –dice ella que por milagro de Dios, y así tiene que ser– en el Perú, después de perderse el 19 de diciembre en la selva amazónica con sus tres hijos, de 10, 12 y 14 años. Estuvieron 37 días extraviados en medio de todos los peligros de la manigua.
La noticia me hizo recordar el libro del Germán Castro Caycedo Mi alma se la dejo al diablo, en el que Benjamín Cubillos, sin esperanza de vida, perdido en el Amazonas, como María Oliva y sus hijos, hace ese tremendo testamento.
Produce admiración saber cómo lograron sobrevivir, con una sola muda, sin tener fuego, ni comida ni abrigo... Causa emoción lo que es el amor y el instinto de una madre que, así sea caminando en los huesos, llagada, sin fuerzas, lucha hasta el último aliento por sus hijos. Están vivos, pero habrían podido irse al cielo abrazados los cuatro, como hicieron cada larga y temible noche.
El hambre los obligó a comer semillas y lo que hallaban por ahí. Lucharon, los niños cortaron palmas con los dientes a ver si hacían una balsa, pero al final solo les servían de cama... Llagados, picados, infectados, con fiebre, hambre, angustia, pasaban los días, hasta ya no poder siquiera ponerse en pie. Pero tenían fe.
Y el país, que celebró Navidad y Año Nuevo, no lo sabía. Se pone uno medio ‘putu...mayo’ al conocer que el padre y esposo puso el denuncio el 23 de diciembre: una madre y tres hijos estaban perdidos en la selva, pero no recuerdo que haya habido revuelo nacional, informes diarios, brigadas con perros y baquianos, rescatistas por los ríos, sobrevuelos... nada. Le dejaron la tarea a Dios. Claro que él es buen rescatista.
Como ellos, sin fuerza para caminar más, habían hecho un refugio a orillas del río en espera de un milagro, de pronto, cuando ya alucinaban, una luz de linterna los iluminó y un pescador peruano apareció para rescatarlos.
Pero lo que era para mí una noticia mundial, con algún político demagogo anunciando becas para los niños y Cruz de Boyacá al buen pescador, apenas duró unas horas porque otra desaparecida, Aida Merlano, fue hallada en la selva de cemento de Maracaibo (Venezuela). Ella, que sabe lanzarse a lo Tarzán, le cayó encima a esta bella noticia.
Ese verdadero milagro pasó ‘de plano’ a un segundo plano, como dice un mexicano. No me crean tan ‘maricaibo’; hoy, todo es Merlano, y se busca su rescate por todos los medios. Y como vamos, ella terminará siendo el lazo que una a Nicolás Maduro e Iván Duque. Maduro, con diseño de sonrisa, se burló de nuestro Presidente: “Voy a decir un chiste y espero poder contener la risa: Duque le pidió a Guaidó que le entregue a Aida Merlano”, dijo... Pero luego propuso volver a entablar relaciones diplomáticas. “Estoy listo para abrir los consulados de Venezuela y Colombia ya”, expresó el jueves. Duque le respondió que él fue el que las rompió. Tú más que yo. Y ahí vamos.
Lo cierto es que se necesitan canales diplomáticos con Venezuela. Y que Maduro envíe a Aida sin condiciones es el primer paso. Entre otras razones, para ayudarles a millones de venezolanos que pasan penurias y requieren una lancha de pescador con linterna. Maduro es dictador, pero los pueblos se necesitan. Como se necesita que recuperemos el lado humano, que nos duela el dolor ajeno. Porque nos lleva el diablo. Aquí hay mucho que rescatar.
LUIS NOÉ OCHOA
luioch@eltiempo.com
Luis Noé Ochoa
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