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El eco de las cacerolas

Se necesita que Duque se comunique con la gente. La receta cabe en una cacerola.

Luis Noé Ochoa
El país se manifestó. El 21 de noviembre pasará a la historia de Colombia como el día de la gran marcha. Se pidió de todo. Salieron, como dibujó un caricaturista, hasta los piscos para que se acabe la costumbre del pavo relleno en la cena navideña; los cerdos, para que no los sigan cogiendo de marranos para hacer lechona. Salió la paloma. La de plumas.
El país se expresó, exigió al presidente Duque cambiar el rumbo, más liderazgo, actuar en varios frentes. Uno de ellos, las supuestas reformas laborales; contra la intención de cambiar el sistema de pensiones, incumplimientos de los acuerdos; más recursos para universidades públicas, contra la corrupción y, ojo, como decía en la ceja un piojo, la plena implementación de los procesos de paz. Lo gritaban.
También fue una marcha por la vida. La gente exigía con vehemencia detener los asesinatos de líderes sociales, de excombatientes de las Farc y de indígenas. El populo pedía la recuperación del sector agrario, pues ya hasta los terneros andan haciendo vaca. Todo iba más o menos bien, en calma chicha, había hasta arte y alegría. En Cali, sin embargo, el alcalde decretó el toque de queda, que les gusta a los infieles para no llegar a la casa, sin exponerse al cacerolazo.

Yo creo que el Presidente trabaja duro, pero la gente pide más comunicación directa de las políticas y las medidas en la voz del mandatario

Y, a propósito: el remate con un inédito concierto de cacerola es histórico. El cacerolazo es una forma de protesta pacífica pero ruidosa, que viene de Francia, oui, ‘sumercié’, como dicen en Boyacá, desde hace casi dos siglos, cuando empezaba la monarquía. No recuerdo contra qué duque fue el primero. Y desde allí rechina, lleno de significados. Puede indicar que el país está en la olla o que faltan huevos en la casa, no digo de Nariño. En América sonó por primera vez en Chile, contra Allende, y luego contra la terrible dictadura de Pinochet.
Aquí sonó contra todo, y debe ser oído. Porque no es una manifestación patrocinada por Imusa, es la voz del pueblo desde la cocina y los balcones hasta la calle. Y no tiene estrato: pueden sonar las brillantes cacerolas en El Chicó o las tiznadas del Chocó.
La marcha fue de cientos de miles de personas, que pedían revisar las políticas sociales, educativas y económicas, y la paz, insisto. Eso es lo que hay que ver. Lo demás fue vandalismo, delincuencia criminal –como la de ayer también–, que debió y debe ser repelida con contundencia y rapidez, pues desvirtúan a los buenos. No pueden durar horas los hampones rompiendo estaciones de TransMileno, que es de todos.
Pero hay un hecho clave. Se vio el rechazo de estudiantes y ciudadanos contra los encapuchados. Aproveche ese sentimiento antiviolencia, presidente Duque. Ahí hay una fuerza pacífica maravillosa, descontenta, claro, que pide cambios y ser escuchada. Es la hora de llamar al diálogo, Presidente, y de oír. Usted lo dijo: “Somos un gobierno que escucha”. Claro que no se oyó, porque a esa hora sonaban las cacerolas. Y dijo: “Debemos acelerar la agenda social”. Pues sí, señor.
El país marchó. Hay descontento, hubo cacerolazo contra el ‘paquetazo’. Y, hablando de esto, falta sintonía. Yo creo que en la Casa de Nariño se comunica con señales de humo. Eso de Comunícate con Duque parece un programa de televisión en blanco y negro. Se necesita, ya lo han dicho, que Duque se comunique con la gente. La receta cabe en una cacerola. Están los medios y las alocuciones presidenciales.
Yo creo que el Presidente trabaja duro, pero la gente pide más comunicación directa de las políticas y las medidas en la voz del mandatario, con cifras; quiere sentir más la presencia del Estado, quiere hechos concretos; el país quiere paz. De lo contrario, podríamos pasar de la cacerola a la olla. Y autoridad contra los vándalos que no marchan, sino manchan, atacan y delinquen. Si hay toque queda, toca.
luioch@eltiempo.com.co
Luis Noé Ochoa
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