¡Hola !, Tu correo ha sido verficado. Ahora puedes elegir los Boletines que quieras recibir con la mejor información.

Bienvenido , has creado tu cuenta en EL TIEMPO. Conoce y personaliza tu perfil.

Hola Clementine el correo baxulaft@gmai.com no ha sido verificado. VERIFICAR CORREO

icon_alerta_verificacion

El correo electrónico de verificación se enviará a

Revisa tu bandeja de entrada y si no, en tu carpeta de correo no deseado.

SI, ENVIAR

Ya tienes una cuenta vinculada a EL TIEMPO, por favor inicia sesión con ella y no te pierdas de todos los beneficios que tenemos para tí.

De la mano de mamá

Hoy, cuando no puedo abrazarla, pienso en todas las madres y en lo fundamental que es quererlas.

Los sentimientos andan hoy que no saben para dónde coger. Llega otro Día de la Madre, que también es en honor de la Virgen, y este garrapatero, en el encierro, tiene un montón de abrazos aplazados para su vieja, que ha sido su Virgen protectora. Ella y papá, con quien hoy ya no le haremos el sancocho de gallina, ni mientras él alista todo en la vieja cocina, yo corro a traer las flores de cargarrocío para hacerle un florero a mamá, pues él un día se echó su ruana al hombro y se fue para una finca de Dios.
Hoy me pesa el pecho no solo porque no he podido consentir estos días a mi adorada Carmen Rosa, sino porque, contra su voluntad, ella se está olvidando de lo que la rodea. Un mal, de cuyo nombre no quiero acordarme, la pone a ratos en el aislamiento mental. Pero yo sé, lo veo en sus ojos, que son mis ojos, que como ella es tan fuerte, hábil y corajuda, le hace trampa al cruel alzhéimer. Lo he confirmado en su sonrisa dulce, que es un “te quiero, hijo”.
Y en esas trampas que le hace mi vieja a ese mal, que no parece dolerle, pero sí a nosotros sus hijos, le ha dado por retroceder el tiempo y llevarnos de la mano a la ya lejana infancia. Hemos estado en esa casita de campo donde mis viejos entregaron parte de su vida por echar a andar la nuestra. Ella, pequeña, se mueve como una hormiga y prende su fogón, luego siente que me echa en la boca un trocito de cuajada, con la que está haciendo unos envueltos y me da otro para que le lleve a mi hermano, mientras nos dice: “Bajen unas naranjas, pero cuidado se caen”. Porque ellas siempre están previniendo y cuidándonos.

Pienso en todas, no importa el estrato, la pinta, el trabajo, nos han dado algo impagable: la vida y las luces para transitarla.

El alzhéimer me hace aguar los ojos, porque mi vieja, sentada en una silla que ya le queda grande, con su ruana de lana, regalo del año pasado, me cuenta, lo más contenta, que la compró “con las ganancias de unas pepitas de café”. Y sigue llevándonos de la mano a esa casita blanca de la infancia que echa humo como neblina. Allí, a menudo, por estos días antes de la pandemia, ella ha vuelto a sentarnos en su canto, como a las seis y media de la tarde, mientras le pide a papá que nos cuente un cuento, “pero no de mucho terror, que los chinitos no se pueden dormir”.
Y después ha sacado su camándula, que nunca deja, y nos ha dicho que “recemos el rosario”. Luego nos arropa uno por uno a sus hijos. Es cuando yo pienso en todas las mamás, y en que esa primera cobija que le ponen a uno en la cuna es para toda la vida.
El alzhéimer nos ha llevado con mamá, en sus recuerdos, a cultivos, a enlazar terneros, que nos arrastran por la sabana, mientras ella ríe. Y en sus raticos en que está aquí, con su mente en el hoy, como la Virgen que ha sido, insiste en su recomendación de madre. “Cuídese mucho, cuide a sus hijos, y que Dios lo proteja siempre”.
Esta es la mía. Pero hoy, cuando el covid-19 no me deja abrazarla, pienso en todas y en lo fundamental de quererlas y aprovechar cada minuto, cada consejo, cada sonrisa suya. Y agradecerles por la vida, por cada helado, por cada almuerzo sazonado con amor, por cada sacrificio, por cada lágrima, desde las del día que nos trajeron al mundo.
Pienso en las que están desplazadas, en la médicas y enfermeras, hoy vestidas como astronautas; en las que madrugan a las cuatro de la mañana a dejarles de comer a sus hijos para luego irse a trabajar y regresar tarde a acostarlos; en las madres policías, todas hoy expuestas; en las amas de casa, que ya vemos lo duro que les toca; todas, no importa el estrato, la pinta, el trabajo, nos han dado algo impagable: la vida y las luces para transitarla. Ninguna otra misión más hermosa ni de más responsabilidad. Ellas, aquí o ya en el cielo, saben que el amor empieza en casa, como dijo la madre Teresa. Gracias y, como dice mamá, Dios las proteja siempre.
Luis Noé Ochoa
luioch@eltiempo.com
icono el tiempo

DESCARGA LA APP EL TIEMPO

Personaliza, descubre e informate.

Nuestro mundo

COlombiaInternacional
BOGOTÁMedellínCALIBARRANQUILLAMÁS CIUDADES
LATINOAMÉRICAVENEZUELAEEUU Y CANADÁEUROPAÁFRICAMEDIO ORIENTEASIAOTRAS REGIONES
horóscopo

Horóscopo

Encuentra acá todos los signos del zodiaco. Tenemos para ti consejos de amor, finanzas y muchas cosas más.

Crucigrama

Crucigrama

Pon a prueba tus conocimientos con el crucigrama de EL TIEMPO

Más de Redacción