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De Kirk Douglas a ‘Popeye’

La muerte del sicario obliga a reflexionar sobre el papel protagónico que se les da a los criminales

Luis Noé Ochoa
Este miércoles murió un hombre a quien admiré, pues se hizo desde abajo, a base de coraje. Se fue el actor Kirk Douglas, quien viniendo de ser hijo de un sencillo hombre del aseo que exprimía traperos cantando entre copa y copa logró abrirse camino a base de talento y perseverancia hasta convertirse en una leyenda.
Kirk Douglas se fue a los 103 años, aplaudido, admirado, dejando una obra maravillosa e inolvidable. Los cinéfilos recuerdan hoy películas como 'Cautivos del mal', 'La antesala del infierno', '20.000 leguas de viaje submarino', 'El loco del pelo rojo' (que no es Trump), 'La patrulla infernal', 'Los valientes andan solos', 'Espartaco', entre otras cintas inolvidables, como él mismo. Dios puso The end a su vida, y lo llora el mundo, pues los grandes artistas como él terminan siendo parte de la familia de todos. Dios lo tenga en su reino.
Pero este miércoles, la muerte se llevó esposado a un ‘cautivo del mal’, Jhon Jairo Velásquez Vásquez, ‘Popeye’, la mano derecha –y la siniestra– de Pablo Escobar Gaviria y quien tuvo el triste papel de ser el jefe de sicarios. El que se autocalificaba como el mayor asesino de la historia confesó haber matado a unas 300 personas, ayudó a organizar las tragedias que más han conmovido a este país, como la explosión del avión de Avianca con 107 personas a bordo y el atentado al DAS.
‘Popeye’ fue uno de los organizadores del atentado que le costó la vida, en 1989, a Luis Carlos Galán, político honesto, que pudo haberle cambiado el rumbo a este país. Y seguramente también el de don Guillermo Cano, periodista valeroso que interpretaba una de las mejores cintas de Douglas: Los valientes andan solos.
Las muertes de Douglas y ‘Popeye’ lo dejan a uno pensando en el bien y el mal, en la película de vida de cada uno. El criminal ‘Popeye’ resolvió representar un papel de reparto, pero de plomo, de droga, de dinero sucio. Causó demasiado dolor a este país, dejó viudas y huérfanos, muchas madres llorando a sus hijos. Pagaba, por orden de su jefe, a millón de pesos por policía caído.
¿Qué sentirían los colombianos al enterarse de su muerte? Tal vez lo que se siente cuando cae el malo de la película: alivio. ¿A quién le duele la muerte de ‘Popeye’? ¿Alguien dirá un ‘que Dios lo perdone’?
Alguna vez, casi al terminar de pagar la condena de 23 años, él dijo: “He implorado el perdón de Dios, y no sabré hasta que mi cuerpo muera si Él me ha perdonado”. Para muchas de sus víctimas, seguramente estará interpretando 'La antesala del infierno'.
Se lleva muchos secretos a la tumba. Pero su muerte debe ponernos a reflexionar sobre el papel protagónico que se les da aquí a los criminales, a los que terminamos volviendo estrellas de cine, antes que repudiarlos. Recuerdo a ‘Popeye’ en uno de sus ratos libres –porque reincidió en el delito y hasta músico fue, pues fue recapturado por concierto para delinquir y extorsión–, participando en Medellín, como gran personaje entrevistado, en una marcha contra el proceso de paz de Santos, mientras los demás, por odio quizás, iban con el silenciador puesto. Ni mu. Por Dios. Y Escobar era motivo de tours. Menos mal que en buena hora derribaron el edificio Mónaco.
Popeye murió de cáncer. Pero aquí el cáncer sigue siendo el narcotráfico, que todo lo degrada. Ya matamos hasta a los niños y lloran hasta los jueces y los abogados. En enero fueron 38 y el año pasado, 708. Echémosle “cascumen”, como le dijo Suso a su caballo. No endiosemos criminales. Debemos estar con Juan Manuel Galán, quien dijo ayer: “El reconocimiento deben tenerlo las víctimas, no los victimarios”. Lo claro es que este país tiene que revisar el guion, porque seguimos protagonizando un filme de terror. Y no le hagan película a ‘Popeye’, el título sería obvio: ‘Nacido para matar’. Por favor, no.
Luis Noé Ochoa
luioch@eltiempo.com
Luis Noé Ochoa
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