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Con su pueblo, generales

Maduro les está manchando el futuro, el uniforme y el honor. El poder es efímero.

Luis Noé Ochoa
Algunos me aconsejaban esta semana escribir sobre talas en Bogotá, dijo alguien que para decir que Peñalosa es un hacha. Mal chiste. Agregué que para hablar de talas, el tema tiene que ser nacional, pues la deforestación en este país es enorme e imparable. Y están matando a los líderes sociales que se oponen. Ya iba en serio el asunto, cuando una simpática dama hizo un chiste de recreo: que un almendro se metió a negociante, y lo tumbaron.
Y se habló de que no nos unimos ni ante el crimen; de que las manifestaciones contra el atentado terrorista del Eln debieron ser de millones, como en Venezuela, sin distingos políticos, nada de “te quitas la camiseta o te pelamos”. Contra el crimen, Santos y Uribe deben ir por el mismo andén, y todos los líderes: rojos, azules, verdes o amarillos... y todos, morados de la ira. Y el Eln tiene que pedirles perdón a la sociedad y las víctimas. Esperamos ese mensaje, don ‘Gabino’. ¿O las bombas los dejaron sordos?
Pero la cuestión es Venezuela, que hoy tiene dos presidentes. Dicen por ahí que aquí también, con uno titular y otro ‘twinterino’. Gracejo aparte, aquí estamos regular, gracias, pero, viendo esas marchas, allá sí de millones y millonas, contra el dictador, siente uno que hay esperanza. Porque a los venezolanos les faltará comida, pero les sobran huevos, pues los tienen bien puestos. Y el bravo pueblo sale cada vez en mayor cantidad, unido y valiente.
Esas marchas interminables del 23 son históricas. Y se escucharon conmovedoras frases de coraje. Una mujer, con lágrimas de rabia, les gritaba a miembros de la Guardia: “No nos matemos más unos con otros, ya basta del régimen; ya basta de que nuestros hermanos sean mendigos, somos mendigos en el mundo”.

En sus manos está la suerte de ese pueblo y de su país, que urge reconstruir. La gloria y el respeto social deben estar por encima del dinero.

Pero todo está cambiando, hay una gran luz de esperanza. El 23 es una fecha histórica. Juan Guaidó, ese carismático y centrado joven, es reconocido como presidente por la mayoría de la comunidad internacional, por muchos países, con Estados Unidos a la cabeza y la OEA y con casi toda Venezuela detrás. Claro, Maduro tiene unos amigos que aprovechan la riqueza y a los que les debe hasta el saludo. Y a los militares, con el ministro Vladimir como Padrino.
Señores generales: ¿de verdad ustedes, que se dicen hijos de Bolívar, se van a convertir en unos hijos de Putin? Miren de dónde vienen: muchos, del mismo pueblo que marcha; miren sus hogares, donde hoy seguramente sobra de todo, menos ejemplo para sus hijos. Tienen poder, pero les falta humanidad. ¿Les gustaría ver a su familia atropellada, con hambre, o paria por el mundo, mientras hay represión y corrupción?
Generales, no todo es dinero, la conciencia es un juez que lo acompaña a uno hasta la tumba. Maduro les está manchando el futuro, el uniforme y el honor. El poder es efímero. Estén seguros de que a su pueblo le duele verlos respaldar a un dictador bajo cuyo régimen murieron 26 personas la noche de jueves. Es como poner un carro bomba. ¿Y ustedes, firmes? Una madre lloraba sobre el cadáver de su hijo en la calle, desgarrada en el alma; pedía que le dijeran que era mentira que él estaba muerto. Y así hay en su país muchas madres y padres y hermanos y novias, generales.
Y, mientras tanto, el cadáver de la democracia también yace en el piso. En sus manos está la suerte de ese pueblo y de su país, que urge reconstruir. La gloria y el respeto social deben estar por encima del dinero. La historia, su gente, su misma familia los están mirando... La dictadura ya está madura. Juan Guaidó es la solución para salir dignamente de la encrucijada.
Ese pueblo es admirable, generales. Aquí –como un millón– lucha, pide, vende, pone negocios, produce y envía dinero. Con ellos estamos. ¿Creen que ustedes están a la altura de su gente?
luioch@eltiempo.com
Luis Noé Ochoa
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