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Exportamos mercenarios

Magnicidio del presidente Moïse es una desgracia para Haití y Colombia. Ojalá se aclaren los hechos.

Qué tristeza, qué dolor, qué vergüenza, o qué vergogna, como dicen los italianos, para este país. Hablo de italiano, porque estaba pensando en la Eurocopa, cuya final se juega mañana entre Italia e Inglaterra, con hinchas en la tribuna y sin tapabocas, la mayoría vacunados, como una esperanza de que el covid-19 puede estar cerca de ser dominado. Ese era el tema de hoy, pero aquí cada día hay un sobresalto. O un asalto.
La tristeza, el dolor y la vergogna son por esta nueva bofetada a la imagen de Colombia que acabamos de sufrir, pues el magnicidio del presidente de Haití, Jovenel Moïse –Dios quiera que su esposa le gane a la muerte– habría sido perpetrado por un grupo de mercenarios colombianos, exmilitares de nuestro Ejército.
Cuando estalló la noticia y se dijo que los atacantes hablaban inglés y español, “cubra allá, marica”, “corra, güev...”, imagina uno, alguien dijo: “Seguramente hay colombianos ahí”. Y es que esa es, tristemente, la percepción de nuestra imagen.

El tema de mercenarios made in Colombia parece que es más general de lo sospechado y el Gobierno tiene que revisarlo.

Pues, ‘tras de cotudos, con paperas’, porque nuestra imagen anda por estos días de copa caída, dijo un borracho. Estados Unidos afirmó que las plantaciones de coca –que este gobierno prometió reducir en un 50 por ciento– aumentaron y están en 240.000 hectáreas. La Comisión Interamericana de Derechos Humanos nos puso en la mira ante el mundo, como si fuéramos Venezuela o Nicaragua. La agencia Fitch nos bajó la calificación en el grado de inversión. Y Argentina nos bajó la ilusión al eliminarnos de la Copa América en penaltis. Yerra Mina, yerra Davinson, yerra Cardona, pero habían jugado bien. Hay equipo.
El magnicidio del presidente Moïse es una desgracia de consecuencias insospechadas para Haití. Pero también para Colombia. Esperemos que se aclaren los hechos –se dice ahora que ellos llegaron después del crimen–, pero que haya mercenarios de exportación, como aguacates, se devela como triste secuela de ese largo conflicto que hemos padecido.
Y este episodio, extraño, lleno de versiones, con selfis en Punta Cana, como si se fueran a echar una cana, es raro, pero es desde ya un gol de media cancha a la imagen de Colombia. Nosotros exportamos café, petróleo, oro, banano, flores, azúcar, como cantó la inolvidable Celia Cruz, pero también exportamos mercenarios, que son militares retirados, nuestros entrenados comandos. ¿Por qué? ¿Qué hay detrás de eso?
Es una vergogna para el país, y en parte para nuestro glorioso Ejército, que ha pagado con sangre sudor y lágrimas una guerra que ha dejado miles de huérfanos, miles de vidas, miles de mutilados, que luchan dignamente por surgir.
Duele. Porque parece como si los retirados de nuestro Ejército salieran al rebusque. Ojo, honorables padres de la plata, propongan algo concreto para los lisiados y soldados retirados de nuestro Ejército, que tiene una alta imagen internacional. Claro, si se comprueban los hechos, nada justifica un actuar criminal.
El tema de mercenarios made in Colombia parece que es más general de lo sospechado y el Gobierno tiene que revisarlo, porque cada vez es más difícil en el exterior cantar “ay, qué orgulloso me siento de ser un buen colombiano”. Pero hay que hacerlo, donde estemos. Por eso me emoción la actitud de Andrea Hernández, una joven compañera que viajará a estudiar a Norteamérica: “Yo siempre diré con orgullo que soy colombiana y defenderé lo bueno nuestro, llevaré mi bandera en alto”. Lo tenemos que hacer todos, como soldados de la buena imagen, de un país de gente buena, solidaria, recursiva por buenos caminos, en su inmensa mayoría, así la inequidad sea compañera de viaje. Pero sobre todo la diplomacia tiene una gran responsabilidad. O si no, nos golean y nos hacen el gesto grosero que nos hizo el odioso portero de Argentina, donde también la inmensa mayoría son personas decentes.
Luis Noé Ochoa
luioch@eltiempo.com
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