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No todo está dicho

No todo está dicho

La realidad nos exige estar preparados y abiertos al cambio, buscando explorar nuevas posibilidades.

Cuando estudiaba la carrera de derecho y debía memorizar las diferentes posturas e ideologías de grandes tratadistas para luego ‘recitárselas’ al profesor de la catedra, siempre me asaltó la siguiente duda: ¿será que todo ya está dicho? Hoy, varios años después, encuentro con deleite y fascinación que la respuesta frente a aquel interrogante es un rotundo no.

Durante mis años de estudiante, y en mi vida profesional, he sido bastante curioso, pero, sobre todo, escéptico. Nunca me he circunscrito con una postura de manera tajante, aun cuando provenga de grandes personajes, pues la experiencia demuestra que todas las ideas son susceptibles de mejora, y aquello que hace unos años era una ‘verdad irrefutable’, hoy no es más que un mero ejemplo de cátedra universitaria. Para el efecto, encontramos innumerables normas que actualmente parecen usurpadas de una película de ficción, a saber: el Decreto Legislativo 609 de 1955 prohibía la importación o venta de revistas infantiles “que tiendan a distanciar de la realidad la mentalidad de los niños, sin enriquecer solidariamente su imaginación” o la Ley 66 de 1874, que buscaba reducir y civilizar a las tribus indígenas de nuestro país. Pero además de referirme a leyes obsoletas, también quiero hacer hincapié en posturas de grandes pensadores —incluso en aquellas expuestas por nuestras honorables Cortes— las cuales han sido forjadas por situaciones y realidades propias de la sociedad. Por lo tanto, teniendo en cuenta la velocidad de fluctuación a la cual estamos sometidos los miembros de una colectividad, dichas posturas no pueden ser absolutas.

En mi experiencia profesional, en el ámbito del derecho laboral, he tenido compañeros y jefes a quienes siempre traté de mostrar otra visión sobre una misma situación, perspectivas quizás más garantistas para el empleado, pero que, sin duda, no representaban detrimento alguno para la empresa. Por el contrario, la harían mucho más productiva por aquello de “empleado valorado, empresa prospera”. Desafortunadamente, sesgados por la codificación con la cual fuimos educados los abogados, casi siempre obtuve respuestas similares: “Así lo hemos hecho siempre” o “apeguémonos a la ley”. Incluso, como las empresas donde he trabajado tienen la fortuna de contar con la asesoría de grandes firmas de derecho, me he encontrado con esta desconcertante respuesta: “Pero si los abogados ya nos dijeron como se hace…” ¡como si nosotros no fuésemos abogados también!

En materia litigiosa, en un pleito donde fungía como apoderado demandante, mientras un reconocido abogado en el ámbito laboral actuaba como representante del demandado, al tener nuestra primera audiencia este jurista se despachó contra mi cliente y el suscrito, manifestando que aquello que pretendíamos hacer no se había hecho nunca, y que ello “demostraba nuestro desconocimiento del tema”. La verdad es que sí estábamos dando una interpretación nueva de la norma, pero una interpretación legal, disquisición propia de quien va más allá y no se desinfla pensado que “ya todo está dicho”. Solo el tiempo y la judicatura determinarán quién tenía la razón. Por ahora vamos ganando la primera batalla.

Miguel de Cervantes Saavedra, en su obra más notable, nos enseña cómo la realidad debería ir acompañada de imaginación y creatividad. Por eso, Sancho Panza y su innegable realidad se magnificaron siempre con la subjetividad fantasiosa del querido caballero, Don Quijote de la Mancha. Y es precisamente esta dualidad la que, considero, siempre debe hacer parte de nuestra vida.

La realidad actual nos exige estar preparados y abiertos al cambio, buscando siempre crear y explorar nuevas posibilidades. Estoy convencido de que dicha actitud, acompañada de buenas bases éticas, nos llevará a obtener ideas brillantes.

Luis Felipe Gómez Ávila

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