Un día, durante las protestas, me encontraba con mi padre desplazándonos entre Cajicá y Zipaquirá, cuando fuimos sorprendidos por un bloqueo de personas quienes nos impedían transitar por las vías, pues, para demostrar y pelear por sus derechos, tenían que violentar los nuestros.
Pasaron alrededor de 3 horas, cuando decidí actuar.
–Buenas tardes, ¿quién es el líder de la protesta?
– ¿Qué necesita? –Me contestó un amable señor.
–Hablar con el vocero de ustedes, tal vez pueda ayudarles en algo, soy abogado y me pongo a su disposición para mediar en estas controversias.
–Es el señor de gorra roja, el de allá –me señaló con el dedo–. Se llama Chepe…
–¡Muchas gracias! –le expresé mientras me dirigía a la dirección señalada.
Con espíritu de ayuda y deseoso de salir de aquel contratiempo, abordé al mencionado jefe de la revuelta.
–Estimado Chepe, mucho gusto, mi nombre es Luis Felipe Gómez y quiero ponerme a su disposición, soy abogado, esta es mi tarjeta.
–Un gusto Felipe, cuénteme.
–La verdad no me parece justo con tantas personas que tienen que llegar a sus trabajos. Madres que tienen que cuidar a sus hijos pequeños, enfermos, ancianos, niños. En general, a quienes más afectan con estos bloqueos son a los estratos 1 y 2, a ellos los despiden o les descuentan estas horas.
–Felipe, nosotros no tenemos horario, los fletes son muy bajos y no nos alcanza el dinero; además, vemos muy poco a nuestras familias.
–Lo entiendo perfectamente, pero ¿porque tú sufres, ellos deben sufrir también? Yo la verdad llevo más de 3 horas acá y a pesar de ser injusto, intento entender, pero hay gente para quien esto resulta muy grave. Dígame, ¿qué necesita, en qué puedo ayudarle?, le puedo ayudar aterrizando y redactando las peticiones si usted quiere.
–Yo lo llamo mañana en la mañana, Felipe.
Así fue como, después de exponerle mis argumentos durante un poco más de 20 minutos, accedió a dejar que las motos pasaran, para después permitirnos, a los demás, continuar a nuestros destinos. No habíamos avanzado más de 10 minutos cuando otro retén nos estaba esperando, esta vez eran los camioneros de Zipaquirá.
–Buenas noches, ¿quién está a cargo? –pronuncié a un grupo de jóvenes.
–¿Como para qué sería? –me contestó uno de los manifestantes.
–Amigo, vengo de Cajicá de estar retenido por más de 4 horas, allá hablé con Chepe y me ofrecí a ayudar.
–Ja, ja, ja. Chepe nada tiene que ver acá. Esto es otra jurisdicción.
–¿Pero no son ustedes también camioneros?
–Sí, pero él es el vocero de Cajicá y no de Zipaquirá.
–Realmente vamos muy cansados, además mi padre debía tomarse un medicamento a las 6 p. m., y vea, ya son las 7:30 p. m.
La verdad, no fue complicado que nos dejaran pasar, pues teníamos los soportes del accidente cerebrovascular que mi padre había sufrido hace unos años y por el cual estaba medicado. Sin embargo, más allá de probar la enfermedad de mi padre, ¿con qué autoridad me exiges que te lo pruebe? Acaso ¿tu irritación es suficiente para doblegar mis derechos y te da la autoridad para ser mi supervisor y controlar mi locomoción?
Desgraciadamente, este pequeño impase que nos tocó vivir es la muestra real de las protestas y bloqueos que se vienen presentando en nuestro país por décadas. Todos quieren pedir algo, todos quieren sacar provecho, no hay unidad, ¡mucho cacique y poco indio! ¿Cómo puede ser posible que un ‘paro nacional’ se haya convertido en esto?
Rabia, descomposición social e injusticia son las motivaciones que desencadenaron las manifestaciones, cuyo detonante, sin duda, fue la reforma tributaria planteada por el Gobierno. No obstante, la furia se debe encausar bien. No podemos dejar que la lucha y el esfuerzo se pierdan. El comité del paro presentó un pliego de más de 100 peticiones y, posteriormente, decidió no sentarse de nuevo hasta tanto el Gobierno no cumpliera ciertas exigencias. ¿Qué clase de necedad es esa? ¿No resulta muy ruin poner exigencias para dialogar? ¿Acaso las personas que dieron su vida para lograr ser escuchados y materializar algún cambio no importan?
En las protestas que se llevaron a cabo en Kiev (Ucrania) durante el 2013 y el 2014, conocidas como el Euromaidán, y donde desafortunadamente perdieron la vida cientos de personas, las propuestas se podían contar con una mano y se lograron. ¿A quién con tres dedos de frente se le ocurre presentar más de cien peticiones? ¿Quién nombró dicho comité del paro? ¿Son personas competentes? ¿Se pensó colectivamente o se trató de intereses particulares? No pretendo ser la voz de la verdad, pero permítanme equivocarme al manifestar que son 4 las peticiones puntuales del clamor del pueblo en la historia reciente: 1. Educación gratuita, de calidad, apolítica y laica. 2. Compromiso del Gobierno de presentar un proyecto de ley que reduzca el Congreso y limite la contratación directa (a dedo). 3. Reforma a la Justicia. No es serio, ni decente, que un político se robe miles y miles de millones, pague dos años de cárcel, entregue un par de millones (en el mejor de los casos) y luego salga a disfrutar de todo lo que se robó, y, por último, 4. Tecnificación y capacitación para el agro y el campesinado.
El problema que se ha evidenciado siempre en nuestras protestas es la rémora que ha vivido nuestro país por años; ‘líderes’ sin preparación y, lo peor, sin principios. No se ejerce un verdadero liderazgo pensando en intereses particulares.
La revolución que conlleva al cambio implica diálogo y verdadera empatía, aquella que se fundamenta en la compasión. ¿Por qué tu dolor importa más que el mío?
Luis Felipe Gómez Ávila