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El verdadero poder

Las redes actuaron correctamente, le pudieron a Trump, pero nada asegura que siempre será así.

Como muchos ciudadanos, atónito permanecí doce horas al frente de CNN. Todas las ficciones de Sobreviviente designado, Castillo de naipes, Oficina Oval y otras muchas series y películas sucedían en directo: los amotinados con banderas confederadas, y los policías abriendo puertas y ventanas del Capitolio; la enseña de EE. UU. en la cima del domo, reemplazada por una de Trump, y, en fin, un ilustre cultivador de ajonjolí llegado de Illinois sentado en el podio de Nancy Pelosi.
Sentí la rabia que genera un periodista cuando, en directo desde el Congreso, anota que parece “transmitiendo desde Bogotá”; ¡ya lo quisiera, joven, al paso que van los EE. UU! Trump había incitado a los manifestantes, vía Twitter, Instagram y Facebook, a que recorrieran la avenida Massachusetts, “la que tanto quiero”, y que lo hicieran con fortaleza y valor, llegando “hasta la casa de nuestros representantes y senadores para notificarles que nunca les acordaremos la victoria en las elecciones”.
Pues la turba obedeció, rompió los cordones de seguridad y entró, con la complicidad de algunos guardias, hasta la presidencia de la Cámara, “la guarida de Satán”, como bautizaron la oficina de Ms. Pelosi. La ceremonia de reconocimiento de la votación presidencial por el Colegio Electoral norteamericano fue interrumpida ahora por la violencia de los trumpómanos; minutos antes lo había sido por las objeciones a la votación de Arizona, que obligaron a las dos cámaras a sesionar por separado, debatir y votar si se aceptaban o no.

El presidente de EE. UU., usando las redes sociales, es el humano más poderoso de la Tierra; ni siquiera su poder nuclear es tan eficaz.

El presidente electo, Joe Biden, salió a los medios para pedirle a Trump que recogiera a los revoltosos, cuya conducta ya dejaba por lo menos una persona muerta y varias heridas, entre civiles armados y desarmados, agentes del orden y personal capitolino. Llamó los actos “insurrección”. Ya mis ojos no podían abrirse más. El lenguaje usado para el golpe de Chile, de Panamá, de Argentina, de Guatemala, en la España de Tejero, en la Venezuela chavista y poschavista parecía el adecuado para describir lo que estaba pasando.
Curiosamente, Bogotá no era el lugar obvio que venía a la mente de un latinoamericano televidente. Siguió luego la pelea por la fuerza pública: Trump de un lado, impidiendo la intervención de la Guardia Nacional; Pence, ¡oh, Pence!, a favor; hasta que, tarde, apareció esa fuerza y controló el Capitolio. Los vicepresidentes de las democracias en general pasan a la historia por discretos o por golpistas. Mike Pence será tal vez el único que pase a la historia por impedir que su presidente diera un golpe de Estado. Los aplausos bipartidistas se justifican. Ejerció solo el poder limitado que la Constitución le otorga y no cedió a los caprichos de su autoritario y narcisista jefe. Trump, ya solo, llama a la paz, dice que ama a los golpistas y apaga el incidente. Investigaciones vendrán, pero insania tiene. Biden con seguridad ve los enormes retos.
Quiero resaltar, a modo de silogismo, algo que me pareció trascendente en los hechos del 6 de enero: el presidente de EE. UU., usando las redes sociales, es el humano más poderoso de la Tierra; ni siquiera su poder nuclear es tan eficaz. Su reiterada voz en Twitter, su imagen en Instagram o en Facebook apaciguan o enardecen muchedumbres, empiezan o terminan guerras y golpes de Estado.
Esas redes deciden, per se y acertadamente en este caso, que el usuario Trump se ha excedido; lo desconectan, le bajan contenidos y el hombre más poderoso del mundo calla y desaparece. Por lo tanto, las redes sociales son más poderosas que Trump. El verdadero poder cotidiano está hoy en las redes. Nadie sabe con certeza qué son. No sabemos quién o qué bajó el interruptor; nadie identifica su legitimidad o representatividad; nadie conoce su línea de mando ni su ética; casi todos las usan sin importar los interrogantes.
Esta vez, las redes actuaron correctamente. Nada asegura que siempre será así. Las redes le pudieron a Trump: ¿y a ellas quién las ronda?
Luis Carlos Villegas
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