a temperatura con Venezuela sigue subiendo. “Tú eres responsable, Iván Duque, si algún día Colombia agrede a Venezuela”, afirmó Nicolás Maduro. El dictador delira; no hay duda. Pero de poco nos servirá señalar sus arrebatos si nos vemos envueltos en un enfrentamiento armado. Pase lo que pase en Venezuela, la obligación del mandatario de Colombia consiste en evitarnos una guerra.
Iván Duque no tiene la tarea fácil. El 10 de enero, Nicolás Maduro se reposesionará como presidente, luego de unas elecciones que pocos países de la región reconocen. El Gobierno venezolano tiene bien ganados todos los apelativos que se le endilgan: autoritario, represivo, dictatorial y demás. Lejos están las épocas en que el chavismo ganaba elecciones justas y libres; hoy, al sistema electoral de Venezuela no se le puede creer nada. Del cierre paulatino de espacios democráticos pasamos a la dictadura plena y dura, y los presos políticos pueden dar fe de ello.
Pero nadie ha encontrado aún la fórmula para lograr la transición democrática, y la retórica condenatoria no parece dar resultados. “No vamos a hacer la pantomima de mantener relaciones con Venezuela”, dijo Iván Duque, y anunció su rompimiento. ¿Qué conseguirá con eso? Nada.
Washington quiere acción. Pero los primeros en la línea de fuego son los colombianos. ¿Les seguiremos el juego?
Para todos los efectos prácticos, las relaciones con Venezuela se esfumaron. Colombia llamó a consultas a su embajador en marzo de 2017, y nueve meses después comunicó su retiro definitivo. Los consulados de Colombia en Venezuela permanecen allí para ponerle el pecho a la crisis migratoria, ayudar a los connacionales expatriados y hacer la vida un poco más fácil a los venezolanos que aspiran a emigrar. ¿Estamos seguros de que queremos dejar a tanta gente aún más desprotegida?
Hasta la acción más simbólica resulta degradada si no logra acompañamiento. Colombia se retiró de Unasur, sí, pero en un acto solitario. Ni Chile, ni Perú ni Argentina la siguieron para darle un entierro definitivo a la organización. El desafío para Colombia consiste en mantener a los 14 países del Grupo de Lima unidos en la próxima reunión en esa capital los primeros días del año. Si no consigue que los demás rompan relaciones al tiempo, ¿para qué hacerlo de manera aislada? Algo habrá en el hecho de que muchos todavía permanezcan reticentes a tomar la medida drástica.
De símbolo en símbolo, seguimos sin encontrar remedio. La denuncia ante la Corte Penal Internacional se tramitará durante años, y las sanciones no han surtido efecto. Del sector petrolero, Estados Unidos pasó al aurífero, con nuevas medidas en noviembre. Pero no hacen mucha mella.
“El régimen venezolano está cada día más solo”, dijo el canciller Carlos Holmes Trujillo. Pero Venezuela no quedó aislada; solo está mal acompañada. Tiene a su lado las autocracias del mundo –Rusia, China, Irán y hasta Turquía–. Los préstamos chinos y rusos le dieron oxígeno a la economía. La solución no parece pasar por Washington, sino por Pekín y Moscú.
La Casa Blanca quiere que la región haga más en contra de lo que John Bolton, asesor de seguridad nacional, llamó la “troika de la tiranía” –Venezuela, Nicaragua y Cuba–. Washington quiere acción. Pero los primeros en la línea de fuego son los colombianos. ¿Les seguiremos el juego? Las declaraciones del embajador Santos a su llegada a Washington dispararon alarmas.
El canciller Trujillo no pasa al teléfono ni contesta una carta. ¿Qué hará cuando se descargue el primer tiro? Esta guerra no es nuestra. A nosotros nos corresponde la diplomacia.
La situación ha llegado al punto de que el Gobierno necesita tener a la mano un canal extraoficial de comunicación con Caracas. Hasta Kennedy, durante la crisis de los misiles, mantuvo un canal abierto. Tenemos que mantener un mínimo de comunicación con la dictadura venezolana, no por el bien de ella, sino por el nuestro.