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Las columnas de opinión

Las columnas de opinión

Al parecer, aun en tiempos difíciles, sobrevive el poder de la palabra escrita.

En medio de la polarización, bajo el ataque de unos y otros y ante el torrente de los insultos cotidianos, asumo que varios de mis colegas columnistas se cuestionan, como lo hago yo, acerca de la relevancia de las páginas de opinión en Colombia. Las cosas no son tan malas como parecen. Aun en el mundo de la posverdad, este oficio tiene sentido. Así lo encontró un estudio dedicado a medir el impacto de las columnas, publicado en los primeros meses de 2018 (‘The Long-lasting Effects of Newspaper Op-Eds on Public Opinion’, Quarterly Journal of Political Science, marzo de 2018).

Los profesores Emily Ekins, Alexander Coppock y David Kirby midieron la evolución de los puntos de vista antes y después de la lectura de cinco columnas complejas, de cuestiones diversas, difundidas en periódicos de circulación nacional. Todos los participantes no solo absorbieron la información presentada sino que también incorporaron la argumentación en la modificación de sus apreciaciones. Las columnas fueron, entonces, un factor estadístico de peso en la formación de opinión.

Esta conclusión no debería tener nada de sorprendente. La op-ed (opposite the editorial page) fue concebida para volver la experticia asequible a la masa. Aunque las primeras aparecieron hacia los años veinte como instrumento para balancear la editorial institucional, las páginas de opinión no se oficializaron hasta cincuenta años después, cuando The New York Times instauró la suya. Se trataba de democratizar la discusión instruida, poniendo a disposición del público el pensamiento del especialista.

Hoy, el hallazgo no deja de ser contraintuitivo. Las pesquisas en el uso de redes sociales muestran que las personas buscan la información que refuerza sus propias convicciones. Se van creando así islas de opinión compuestas de ciudadanos autistas, incapaces de dialogar con el otro. La voz versada se ahoga en el ruido de las noticias falsas, y el acceso a internet nos permite a todos creernos conocedores. No necesitamos nada de nadie.

Según Ekins, Coppock y Kirby, las páginas de opinión sí sirven, y sirven mucho. Las columnas entregadas lograron influir de manera significativa en el lector del común y un poco, tan solo un poco menos, en el integrante de la élite política, más asiduo visitante de estas páginas. El impacto parece de largo aliento en tanto los participantes recordaron los datos y los razonamientos de las piezas hasta un mes después.

Los resultados de esta investigación para la opinión impresa difieren de los obtenidos cuando se analizan programas de debate en televisión y radio. En In-Your-Face Politics, la profesora de Universidad de Pensilvania Diana Muntz mostró que cuanto más ramplona y agresiva resulta una polémica en pantalla, mayor atención y recordación provoca en la audiencia. Los televidentes se exponen a una perspectiva contraria que, según las mediciones de Muntz, más que abrirlos a un abanico de alternativas, los fortalece aun más en su posición original. Más informados y también más radicales. Esto no puede conducir a nada bueno para una democracia.

¿Qué juega a favor de una columna? Quizás el hecho de que un lector le entregue unos minutos de su tiempo solo a la reflexión allí plasmada, sin competencia, en una conversación de uno a uno. Semejante privilegio impone la mayor responsabilidad. El alto contenido informativo de los textos elegidos para el proyecto podría sugerir el aprecio por la razón con base en los hechos.

Los experimentos estadounidenses pueden no ser transferibles a Colombia. Pero dan puntadas y algo de esperanza. A lo mejor no estamos escribiendo solo para los similares y, entre diferentes, podemos reconocernos como interlocutores. Coppock escribió que “la persuasión sí es posible”. Al parecer, aun en tiempos difíciles, sobrevive el poder de la palabra escrita.

LAURA GIL

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