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Rumores y miedo: el fin de la religión y la furia de Dios

El miedo religioso condicionó los debates de la época y moldeó el rumbo del proceso independentista.

Cuando se produjo la invasión napoleónica de la Península, en 1808, se propagaron por todo el mundo hispano rumores sobre el fin de la religión católica y explicaciones que veían en la furia de Dios el origen de las atrocidades, carestías y calamidades que se estaban sufriendo. Muchos creyeron que los ejércitos franceses arrasarían con las iglesias y religiosos que encontraran a su paso. Estos vaticinios sobre el fin cercano de la fe católica se hicieron más persistentes con la conformación de juntas de gobierno en ambas orillas del Atlántico y con la decisión de abolir la Inquisición por parte de varias juntas americanas y de las Cortes de Cádiz. A los ojos de muchos, esta decisión comprometía la pureza de la fe y debilitaba al monarca español, gran baluarte de la religión católica. En México y el sur de España, folletos anónimos conmocionaron a amplios sectores de la población al insinuar que, sin monarca ni Santo Oficio, la religión católica sería contaminada por todo tipo de herejías y, a la postre, cesaría de existir.
En los territorios que hoy en día conocemos como Colombia, Ecuador y Venezuela, el temor generado por el fin de la religión católica se profundizó cuando algunas provincias declararon su independencia absoluta frente a la monarquía española. Por ejemplo, en 1811, en Cuenca (Ecuador), se reportó el caso de una mujer que “perdió enteramente su juicio” ante la sospecha de que la fe católica fuese destruida por los ejércitos rebeldes provenientes de Quito.

Aunque las condiciones actuales son muy distintas de las de hace dos siglos, el miedo religioso sigue estando presente en las discusiones políticas de Colombia.

En estos años turbulentos, también corrieron rumores sobre el castigo divino. El 26 de marzo de 1812, un terremoto sacudió el norte de Venezuela. En el momento del sismo, cientos de habitantes de Caracas se encontraban en misa celebrando las festividades de Jueves Santo. El terremoto destruyó la catedral, decenas de iglesias y cerca de dos terceras partes de los edificios de la ciudad. Aproximadamente un tercio de los 30.000 habitantes de Caracas murieron. Unos meses antes del terremoto, el Congreso de Venezuela había declarado la independencia absoluta de España y había promulgado una constitución que limitaba los privilegios del clero. Allí, como en la Nueva Granada, realistas sostuvieron que el terremoto era un castigo de Dios por las afrentas que los caraqueños habían cometido en contra de Fernando VII, la monarquía católica y la fe. Pocos meses después del sismo, en julio de 1812, Caracas se rindió a las fuerzas realistas.
En 1817, tras la derrota revolucionaria y en plena restauración monárquica, se presentaron discusiones similares en Popayán por la actividad sísmica del Puracé. Era tal la preocupación de las autoridades locales que el cabildo de la ciudad ordenó una “rogativa solemne al santísimo sacramento para aplacar la ira del Señor con que se ve afligida esta ciudad”. Además, solicitó a los religiosos convocar a sus feligreses para que pidieran “de corazón al Todopoderoso mitigue su cólera y nos mire con ojos de benignidad y clemencia”. En medio de rogativas y temblores, realistas de Popayán corrieron la voz de que los sismos eran un castigo divino por la acogida que habían dado en años pasados a los ejércitos revolucionarios.
El miedo religioso, junto con otros tipos de temores, condicionó los debates de la época y moldeó el rumbo del proceso independentista. Los que en esos años tuvieron que decidir cuál facción apoyar o qué reformas alentar o rechazar lo hicieron motivados por sus posturas políticas e intereses particulares, pero también por los miedos que circulaban en esos años. Así como los temblores y el temor al castigo divino alejaron a varios caraqueños y payaneses del proyecto republicano, el recelo al ascenso social de militares pardos y a la posible manumisión de los esclavos alteró las inclinaciones partidistas de algunos de los habitantes de estas dos provincias.
Aunque las condiciones actuales son muy distintas de las de hace dos siglos, el miedo religioso sigue estando presente en las discusiones políticas de Colombia. Basta recordar al pastor Miguel Arrázola diciendo que Colombia se convertiría en un país ateo, comunista y homosexual si se aprobaba el acuerdo de paz entre el Gobierno nacional y las Farc. O las confesiones de Juan Carlos Vélez admitiendo que el Centro Democrático usó el miedo a la supuesta ideología de género para sumar votos en el plebiscito. Eso sí, los medios por los cuales los rumores y temores circulan han cambiado significativamente. Los pasquines, panfletos, periódicos y rumores de boca en boca han dado paso, en gran parte, a cadenas de WhatsApp –casi siempre llenas de errores de ortografía y redacción–, trinos de Twitter, vallas publicitarias y videos de YouTube.
Los rumores y las emociones son una fuente valiosísima para la investigación histórica. Nos abren las puertas al ámbito de las creencias, el inconsciente y las representaciones colectivas, a la vez que nos permiten explorar la forma en que errores de apreciación, la incertidumbre y las mentiras transforman la realidad. Como explicaba Marc Bloch en Reflexiones de un historiador sobre las falsas noticias de la guerra (1921), las narrativas falsas en todas sus formas –simples rumores, imposturas, leyendas– movilizan multitudes y han llenado la historia de la humanidad.
Pensar en el lugar de los rumores y las emociones en el proceso independentista americano nos ayuda a profundizar nuestra comprensión de este periodo. Asimismo, nos permite reflexionar sobre la manera en que, en el siglo XXI, demagogos de todo el mundo apelan al miedo y a las narrativas falsas para ascender al poder.
Juan Pablo Ardila Falla. Estudiante de doctorado en Historia de la University of Pennsylvania.
* La columna bicentenaria es un proyecto colectivo coordinado por los profesores Daniel Gutiérrez (Universidad Externado) y Franz Hensel (Universidad del Rosario), en el que científicos sociales buscan dar perspectiva al bicentenario que se celebrará con motivo de la batalla de Boyacá y la creación de la República de Colombia.
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