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Los olvidados

Una historia de seres humanos afectados por la guerra que defendían opciones políticas diferentes.

Historias en público
¿Qué pasó con las personas que apoyaron a la Corona durante las guerras de independencia y que fueron expulsadas o decidieron dejar los nuevos regímenes en Hispanoamérica tras los triunfos de los ejércitos revolucionarios? Durante muchos años nos enseñaron que la independencia fue solo una guerra sangrienta entre españoles y americanos. Pero la lealtad a la monarquía fue mucho más extendida de lo que creemos. Criollos, americanos, españoles, indígenas y esclavos apoyaron a la Corona. Las lealtades políticas dividieron a las familias. Incluso, un hijo de Antonio Nariño, Gregorio, defendió la causa del rey. La historiografía ha mostrado que, tras la abdicación de Fernando VII en 1808 y la proclamación de juntas en toda Hispanoamérica, el continente se sumió en una gran guerra civil entre quienes consideraban legítima la monarquía y aquellos que no.
Como en toda guerra, nuestra independencia estuvo cargada de un gran drama humano, ocultado por las narrativas patrióticas que suelen olvidar a los ‘perdedores’. La lealtad a la Corona obligó a muchos realistas a abandonar sus hogares a lo largo de toda la Nueva Granada y Venezuela, y a seguir los ejércitos del rey, así como en los momentos más difíciles de la lucha independentista habían emigrado los revolucionarios. Por ejemplo, después de la victoria revolucionaria en Boyacá, burócratas, comerciantes, sacerdotes y familias enteras abandonaron Santafé y viajaron a Cartagena. Estando en el principal puerto neogranadino, sufrieron el cerco revolucionario entre 1820-1821. Tras negociaciones entre los altos mandos realistas y patriotas, cerca de 1.000 emigrados viajaron a Cuba –que aún era colonia de España–. Las autoridades insulares los recibieron con agradecimiento, pero también con sospecha. En una isla llena de esclavos, los hacendados y altos oficiales de la Corona temían la llegada de espías que alentaran revueltas y movimientos de independencia.

La situación de los emigrados realistas nos muestra las consecuencias de una guerra que duró más de diez años y que afectó la vida de miles de personas

Las consecuencias de la guerra se extendieron mucho más allá de los confines de la América continental. Además de Cuba, los emigrados llegaron a Puerto Rico, Curazao, los Estados Unidos y España, entre otros lugares. Varios de ellos dejaron sus familias y propiedades. Por ejemplo, el sacerdote santafereño Juan Manuel García del Castillo y Tejada dejó a su “madre rodeada de 10 hijos, 36 nietos y 7 bisnietos” tras abandonar Santafé para viajar a Cartagena, luego a La Habana y, posteriormente, a España. Otros perdieron a sus parientes en el tránsito hacia los puertos o en alta mar. Tal fue el caso de José Domingo Díaz, quien pasó por el “dolor de ver arrojar al agua el cadáver de su hija de diez años de edad, y de ver expirados los otros dos por el hambre y los trabajos de la navegación” en su emigración de Puerto Cabello a Puerto Rico. Mientras algunos estuvieron pidiendo por varios años que sus servicios fueran reconocidos por una Corona en quiebra, otros lograron reiniciar su vida en el Caribe y establecer casas de comercio o haciendas. Pero el ánimo de volver alentó a muchos de ellos a apoyar a la causa realista desde su exilio. Temerosos de la difusión de las ideas anticoloniales y de igualdad republicana en el hemisferio, hicieron todo lo posible por ayudar a derrotar a los revolucionarios. La derrota realista en Ayacucho en 1824 no significó el fin de la guerra para muchos de ellos. Conscientes de la dificultad de establecer un sistema político, los realistas en el Caribe aguardaron pacientemente por el retorno de un rey que nunca llegaría. Sin embargo, muchos otros aceptaron la realidad de la derrota y se hicieron republicanos, pidiendo perdón y naturalización al nuevo gobierno colombiano.
La situación de los emigrados realistas nos muestra las consecuencias de una guerra que duró más de diez años y que afectó la vida de miles de personas. El uso extendido de la violencia por parte de ambos bandos, así como el desplazamiento de personas de sus territorios, marcó gran parte del conflicto. Una historia de seres humanos afectados por la guerra que defendían opciones políticas diferentes, de familias separadas y dolores profundos. Suena a una historia conocida, reciente, familiar, que al parecer aún cargamos a cuestas.
En 1831, El Redactor, un periódico español publicado en Nueva York que apoyaba el retorno de la Corona a las Américas, publicó la siguiente nota: Jacinta Alonso, quien vivía en España, buscaba a su esposo, Manuel Largarcha. En 1814, este había viajado a Venezuela, más precisamente a La Guaira y a Caracas a trabajar en una casa comercial. Posteriormente, viajó a la isla caribeña de San Tomás y a Nueva York, tras el triunfo de las tropas revolucionarias de Colombia. Allí, Alonso perdió el rastro de su esposo. Conmovidos con esta historia, los editores pidieron a los periódicos del continente, ya fueran de “las provincias fieles o disidentes”, que publicaran la nota, “pues este es un asunto que nada tiene que ver con la divergencia de opiniones políticas”. Tras años de guerra, los realistas estaban dispuestos, aunque fuera por un momento, a dejar a un lado las diferencias políticas para facilitar la recomposición de las familias quebradas por la revolución. Algo podemos aprender de estas historias. No se trata de escoger a uno de los bandos en disputa, sino de tener presente el sufrimiento de los derrotados.
Nicolás González Quintero es candidato a doctor en Historia de la Universidad de Texas, en Austin.
*La columna bicentenaria es un proyecto colectivo coordinado por los profesores Daniel Gutiérrez (Universidad Externado) y Franz Hensel (Universidad del Rosario), en el que científicos sociales buscan dar perspectiva al bicentenario que se celebrará con motivo de la batalla de Boyacá y la creación de la República de Colombia.
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