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Túnel sin salida

Pasó el 2017 y la megaobra del túnel de La Línea sigue embolatada.

Fue en agosto de 2008, hace casi 10 años, cuando llegó él. Como cada vez que hacía uno de esos desplazamientos especiales, hubo revuelo: seguridad ultrarreforzada, francotiradores apostados en los cerros circundantes, perímetro garantizado por el Ejército para evitar cualquier sorpresa desagradable cuando el hombre más poderoso y amenazado del país llegara a hacer el gran anuncio.
A lo lejos se escuchaba el trepidar de las aspas del helicóptero. En un par de minutos llegaría. Afanados, un grupo de funcionarios del Gobierno Nacional y local organizaban el grupo de la comitiva de recibimiento, alistaban el protocolo, ordenaban colgar unas pancartas con loas al invitado especial. Mientras tanto, dentro de un contenedor que fungía de oficina, los ingenieros revisaban los planos y junto a los técnicos ajustaban todo para que él, a su arribo, pudiera sin problema accionar el sistema que volaría la última piedra, la que al desintegrarse en una lluvia de miles de piedrecillas diminutas abriría el boquete definitivo para cumplir el sueño de, por fin, tener el túnel que conectaría a las dos orillas de un país.
Había pasado casi un siglo desde que alguien imaginó la posibilidad de abrir un hueco bajo la tierra y así acabar con la tortura que representaba subir y bajar esa poderosa cordillera, que desde siempre había sido uno de los obstáculos mas difíciles de franquear en Colombia. Eran años de promesas y diseños. Esfuerzos inútiles para acabar con la tortura diaria de viajeros y transportadores. Ahora, literalmente, se podía decir que había luz al final del túnel.
Llegó el helicóptero. Él se bajó junto a su ministro de Obras Públicas para hacer el gran anuncio. Apenas puso el pie sobre el suelo, se ajustó su sombrero blanco de cinta negra y revisó que el poncho con la bandera de Colombia estuviera a la altura deseada sobre su hombro derecho. Se veía igual al de las fotos de las revistas, solo que esta vez lucía más feliz, exultante, como si el anuncio de ese día no solo fuera a cambiar la vida de sus compatriotas, sino que fuera su sello de entrada a la historia.
Llegaron los saludos. Una fila de trabajadores se organizó para que, uno a uno, le pudieran dar la mano. Él los saludaba y les agradecía su esfuerzo, su “compromiso con la patria”, su “amor por Colombia”. Usaba las mismas palabras de los discursos, solo que desmenuzadas, entregadas por cuotas a los obreros. Todos sonreían. Era un honor estrecharle la mano.
¡Kaboom! El estruendo del explosivo se escuchó a lado y lado de la montaña. Todo salía a la perfección: el botón del detonador funcionó como en las pruebas, y la gigantesca piedra de la montaña, antes sólida como un edificio de concreto, se desintegró en infinitas piedrecillas que rememoraban más a la arena del mar antes que la montaña de donde habían salido. Fue así como la puerta quedó por fin abierta: después de una eternidad, el centro de Colombia y el océano Pacífico estaban unidos por un camino expedito. ¡Adiós fastidiosa cordillera! ¡Adiós eterno recorrido de días y horas para llegar al occidente del país!
Así mismo lo anunció él cuando le dieron el micrófono: por fin terminaban 70 años de proyectos e ideas en torno al megaproyecto que modernizará las carreteras del país. “El gran túnel de La Línea estará listo en el 2012.” Aplausos. Gritos. Mujeres desmayadas. Emoción.
Y pasó el 2017... y no hay túnel. La semana pasada hubo atascos de casi 18 horas para avanzar en el tramo de carretera que el túnel iba a convertir en historia pasada. Él ya no está en el poder y la megaobra sigue embolatada, pero ahí está la placa: en 2008, Álvaro Uribe inauguró el túnel de la Línea.
Es el sino trágico del país: aguantar y aguantar y aguantar. Primero aguantando 60 años de guerra y, en paralelo, aguantando el inmovilismo en que políticos y contratistas nos han sumido. ¿Cómo ganar esta otra guerra?
#PreguntaSuelta: bajito el incremento del salario mínimo, ¿no?
JUAN PABLO CALVÁS
En Twitter: @colombiascopio
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