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Uribe, ¿fortalecido o debilitado?

Celebraciones de Farc y Maduro despertaron irritación.

Juan Lozano
Si no hubieran dejado volar al acusado narcoterroristra ‘Santrich’, o si no siguiera desafiante la espantosa impunidad de los premiados violadores de niños de las Farc, tantas veces probada por las víctimas, tantas veces negada cínicamente por los victimarios, la valoración colectiva sobre el caso Uribe sería distinta.
Más allá de incisos, parágrafos y leyes, más allá de uribismos o antiuribismos, lo grave es que las decisiones de la política (las de un gobierno que odiaba a Uribe y un Congreso que le vendió a ese mismo gobierno sus mayorías en desvergonzadas cuotas de ‘mermelada’) y las decisiones de la justicia terminaron generando una situación explosiva: unos cabecillas de las Farc dedicados al narcoterrorismo, otros en sus cómodas curules parlamentarias negando lo innegable y Álvaro Uribe con detención domiciliaria.
Quizás no se habría despertado la indignación de tantos si el desparpajado cinismo de los senadores de la Farc no se hubiera expresado celebrando esa acción de la justicia. Lozada y compañía, con su manera de celebrar la decisión contra Uribe, le pusieron un sello político indeleble a la decisión judicial. Vaya paradoja. Fueron los jubilosos miembros de la Farc quienes más daño le hicieron a la Corte en los últimos cuatro días.
La pregunta se volvía inevitable... ¿a cuál justicia aplauden los de la Farc? ¿Acaso a la misma que ha permitido que ellos sigan pisoteando la verdad y negando el reclutamiento de menores ante el paquidérmico accionar de la JEP para exigir la verdad sobre los abusos sexuales de las Farc? ¿La misma que dejó escapar a ‘Santrich’?
Y, aunque caigan en el desierto todas las voces que piden que Uribe se pueda defender en libertad, aunque ignoren, nieguen, desestimen y rechacen la solicitud de hacer público el expediente, la segunda gran paradoja es que están repotenciando el accionar político de Uribe. Tan simple como eso. Lo liberaron de la tarea de defender al gobierno Duque y lo volvieron a poner, victimizado, en el centro del debate político.
Martirizaron a Uribe. Les dieron la razón a sus advertencias. Lo legitimaron ante sus seguidores. Le devolvieron el toque de trompeta para que volvieran a salir uribistas de todos los rincones y para que muchos no uribistas se solidarizaran con él. Y, como si fuera poco, el otro que salió a festejar la decisión contra Uribe como vencedor de la jornada fue el sátrapa vecino Nicolás Maduro.
Uribe, justo es decirlo, reaccionó con prudencia y mesura. Y generó un extendido sentido de solidaridad, al que me sumo, con Lina Moreno y su familia. Por el bien de Colombia, ojalá se respeten todos sus derechos y disponga de las garantías suficientes para su defensa.
En medio de tanta confusión, el panorama político de cara a las elecciones presidenciales del 2022 se ha movido notablemente. Para uno de los cupos para segunda vuelta, las encuestas indican que Gustavo Petro tendría una ventaja inicial. El otro cupo lo disputarían fuerzas jóvenes de izquierda como Camilo Romero, movimientos no partidistas como el de Sergio Fajardo y una docena dispersa de aspirantes de ultraderecha, derecha y centroderecha, en el mismo cuadrante político de Uribe aunque no necesariamente en su partido, donde aparecen nombres tan disímiles como el de Federico Gutiérrez, Abelardo de la Espriella, Rafael Nieto, Carlos Holmes Trujillo o Paola Holguín.
En todo caso, lo que requiere Colombia en este momento es un liderazgo sereno, constructivo, futurista, transparente, no incendiario, firme con la búsqueda de equidad, comprometido con la seguridad nacional y ciudadana, que respete la libre empresa, que genere confianza entre los millones de colombianos que no quieren para Colombia un destino regido desde los cuarteles generales de Cuba o de Venezuela, y que no pronuncie sus discursos en coro con Nicolás Maduro y los voceros de las Farc.
JUAN LOZANO
Juan Lozano
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